Unas barreras o “límites” fueron establecidas como una especie de zona de exclusión en la base del monte que “humeaba, porque el SEÑOR había descendido sobre él en fuego” (Éxodo 19:18). Toda la montaña tembló violentamente, y el sonido de la trompeta fue sonando cada vez más fuerte. Dios estaba descendiendo para dar Sus leyes a Su pueblo.
Una nueva expresión de la gracia de Dios
La ley de Dios nunca fue una escalera para que los no salvos suban al cielo. Siempre fue un patrón de vida para el pueblo de Dios que había sido salvado del juicio por la sangre del Cordero. Es por eso que los Diez Mandamientos comienzan con Dios recordándole a Su pueblo: “Yo soy el SEÑOR tu Dios que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre” (20:2).
Dios no estaba diciendo: “Te estoy dando estos mandamientos, para que al guardarlos puedas convertirte en Mi pueblo”. Él estaba diciendo: “Te estoy dando estos mandamientos porque ya te has convertido en Mi pueblo”. El mensaje del la ley para nosotros hoy, no es que debemos guardar las leyes de Dios para ser salvos. La ley nos dice cómo debe vivir el pueblo de Dios, y por esta razón la ley habla hoy.
Un vistazo a la gloria de Dios
Los Diez Mandamientos no son un conjunto arbitrario de reglas, son un reflejo directo del carácter de Dios.
En el Nuevo Testamento, el pecado se define como no alcanzar la gloria de Dios y como quebrantar la ley (Romanos 3:23; 1 Juan 3:4). Al juntar a estos dos, podemos concluir razonablemente que la ley es una expresión de la gloria de Dios.
¿Por qué no deberías cometer adulterio? Porque Dios es fiel. ¿Por qué no deberías robar? Porque Dios es digno de confianza. ¿Por qué no deberías mentir? Porque Dios es la verdad. ¿Por qué no deberías codiciar? Porque Dios está en paz y contento en Sí mismo.
Cuando Dios dijo: “No tendrás otros dioses delante de Mí” (Éxodo 20:3), fue porque Él es el único Dios. No hay nadie más como Él. Y cuando Dios ordenó que descansáramos un día de la semana, fue porque descansó de Su trabajo el séptimo día.
Los mandatos de Dios fueron dados a Su propio pueblo redimido. Si le perteneces, son para ti. Dios te dice: “Tú eres mío, así que modela tu vida según lo que soy Yo, y así es como se ve una vida piadosa”.
Un espejo que refleja el amor de Dios
Dios es amor, y los Diez Mandamientos explican cómo es una vida de amor. A nuestro Señor Jesús le preguntaron en una ocasión: “¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?” (Mateo 22:36). En lugar de elegir uno, Jesús los reunió todos y dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran y primer mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).
¿Cómo es una vida de amor en la práctica? Los Diez Mandamientos nos dan la respuesta. Los primeros cuatro mandamientos nos dicen cómo es el amor a Dios:
1. No tienes otros dioses delante del Señor.
2. No te haces una imagen. Amas a Dios como es, no como te gustaría o te lo imaginas.
3. Honras el nombre de Dios, y nunca lo usas en vano.
4. Le das a Dios tiempo: tiempo para adorar, tiempo para servir y tiempo para recordar que delante de ti hay una vasta eternidad para la que debes prepararte.
Los últimos seis mandamientos nos dicen lo que significa amar al prójimo como a uno mismo:
5. Comienza en casa con las primeras personas que Dios pone en tu vida: honra a tu padre y a tu madre.
6. Significa que veneras la vida humana como un don sagrado de Dios.
7. Significa que eres fiel a tu cónyuge.
8. Significa que se puede confiar en que no te aprovecharás de la debilidad y la vulnerabilidad de los demás.
9. Significa que eres fiel a tu palabra y que tu palabra es verdadera.
10. Significa que te alegras de lo que Dios ha dado a los demás, en lugar de codiciar para ti lo que Él ha dado a los demás.
Los Diez Mandamientos son un espejo que refleja la gloria de Dios. Dios es amor, y nos llama a reflejar lo que Él es. El aspecto que tiene esto está explicado en los Diez Mandamientos.
Una radiografía del alma
Recuerdo una visita al dentista que había pospuesto durante mucho tiempo, principalmente porque no tenía dolor. La experiencia no fue alentadora.
Mi dentista me hizo unas radiografías y las puso a contraluz. “Mmmm… ¡Oh, Dios! . . . Qué desagradable. Hay mucha caries debajo de estos arreglos con pasta”, dijo.
“Pero no tengo dolor”, insistí. No parecía impresionado. “Vas a necesitar un trabajo bastante grande”, dijo, “y cuanto antes, mejor”.
Muchas personas van por la vida sin sentir dolor por su condición espiritual. Hacen la falsa suposición de que las cosas están bien con ellos y que, al tener vidas generalmente respetables, están en buena forma espiritual. Pero la ley de Dios es como una radiografía del alma. Nos muestra que somos personas a las que les cuesta dejar que Dios sea Dios, y que es natural que nos amemos a nosotros mismos más que a otras personas.
La primera razón por la que necesitas a Jesucristo no es porque vas a tener una vida más rica, más plena y más satisfactoria, es que eres un pecador por naturaleza y por práctica. La radiografía de la ley de Dios lo demuestra.
La ley es algo bueno, como lo son las radiografías, aunque nos traigan malas noticias. No me gustaron las noticias del dentista, pero agradecí conocer el problema antes de que empeorara. Si no sabes que hay un problema, no buscarás el remedio.
Jesús dejó claro que los mandamientos van más allá de nuestras acciones, buscan los pensamientos y las intenciones de nuestros corazones. “Ustedes han oído que se dijo: “NO COMETERÁS ADULTERIO”. Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5:27-28).
Una comprensión adecuada de los Diez Mandamientos te llevará a la fe en Jesucristo (Gálatas 3:24). Si la ley aún no te ha llevado a Cristo, has perdido su mayor propósito. Ese fue el punto de la declaración de Jesús a los fariseos: “Ustedes examinan las Escrituras . . pero no quieren venir a mí” (Juan 5:39-40). Estaban ocupados estudiando la ley, pero se perdieron el objetivo, que era mostrarles su necesidad de Cristo.
Poniendo la vía para el tren
La historia del Antiguo Testamento deja claro que el pueblo de Dios no era capaz de cumplir Su ley. La ley nos dice lo que debemos hacer, pero no nos da el poder para hacerlo.
Más adelante en la historia bíblica, Dios prometió un nuevo pacto en el que no sólo nos diría qué hacer, sino que también nos daría el poder para movernos en esa dirección: “Pondré dentro de ustedes Mi Espíritu y haré que anden en Mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente Mis ordenanzas” (Ezequiel 36:27).
La ley de Dios es como la vía para el tren. La vía da la dirección, pero el tren no avanzará si no hay energía en el motor. Y es la obra especial del Espíritu Santo dar al pueblo de Dios el poder para moverse en la dirección que se establece para nosotros en la ley de Dios.
Convirtiendo los mandatos en promesas
Hay una gran historia sobre un hombre que estaba en prisión por ser un ladrón. Robar era su forma de vida, hasta que el largo brazo de la ley lo atrapó. Durante su tiempo en prisión, escuchó las buenas noticias de Jesucristo y se convirtió maravillosamente.
Cuando llegó el momento de su liberación, el hombre sabía que se enfrentaría a una gran lucha. La mayoría de sus antiguos amigos eran ladrones, y no le sería fácil romper el patrón de su antigua forma de vida.
El primer domingo de su nueva libertad, se coló en el edificio de una iglesia. Los Diez Mandamientos estaban inscritos en una placa en la fachada, y sus ojos se fijaron inmediatamente en las palabras del mandamiento que parecía condenarle: “No robarás”.
Eso es lo último que necesito, pensó para sí mismo. Conozco mi debilidad, conozco mi fracaso y sé la batalla que voy a librar.
A medida que avanzaba el servicio, siguió mirando la placa. Y al releer las palabras, éstas parecían adquirir un nuevo significado. Antes había leído estas palabras en el tono de una orden condenatoria: “¡No robarás!” Pero ahora parecía que Dios le decía esas mismas palabras como una promesa liberadora: “¡No robarás!”. El hombre era una persona nueva en Cristo, y Dios le estaba prometiendo que el Espíritu Santo le haría posible superar su antigua forma de vida.
Cuando crees en el Señor Jesucristo, Dios te dará su Espíritu Santo para que puedas vivir una vida que le agrade. Su poder hará la diferencia entre una lucha en la que estás destinado a la derrota y una batalla en la que tendrás la victoria final. La ley te dice cómo quiere Dios que vivas. Jesucristo hace posible esta vida.
Esto es lo que descubrimos hoy:
La ley es un espejo que expone los pecados ocultos de nuestras vidas. Bien entendida, nos convencerá de nuestra necesidad de un salvador y nos llevará a Cristo. Y cuando el Espíritu Santo vive en nosotros, la ley ya no es una lista de exigencias imposibles, sino una descripción de nuevas posibilidades.