En un artículo publicado en el Wall Street Journal titulado “Redefiniendo a Dios”, la reportera Lisa Miller aborda el fenómeno de las definiciones personalizadas de Dios:
En todo el país, los fieles están redefiniendo a Dios. Insatisfecha con las imágenes convencionales de una deidad autoritaria o paternalista, la gente está adoptando concepciones extravagantes e individualistas de Dios que se adaptan a sus propias necesidades espirituales ….
Se está construyendo una vida espiritual a partir de una variedad de influencias religiosas, junto con una pizca de yoga y psicoterapia o cualquier otra cosa que les mueva.
“La gente busca estos nuevos dioses del mismo modo que busca nuevos productos en el mercado”, dice Randall Styers, profesor adjunto del Union Theological Seminary de Nueva York. “Es la forma definitiva de individualismo”.
Miller dio un ejemplo del corazón de Estados Unidos.
Por ejemplo, Ken Zweygardt, un abogado de 43 años de Oskaloosa, Kansas. Al crecer en un hogar luterano estricto, dice que solía imaginar a Dios como un “tipo Santa Claus”, un proveedor y un juez. Pero cuando maduró, el Sr. Zweygardt se frustró con la iglesia y empezó a levantarse temprano los domingos por la mañana para ir a pescar.
Hoy, para él, Dios es estar solo “en un lago, ver la niebla al amanecer y oír el sonido del agua”. Cuando enseñe a sus hijos, que ahora tienen dos y tres años, sobre Dios, piensa llevarlos fuera y decirles: “Aquí está'”.
Este artículo del Wall Street Journal saca el libro de los Jueces de la niebla de la historia antigua y lo traslada al siglo XXI.
Una generación que no conoció al Señor
Tras la muerte de la generación que había conquistado la tierra de Canaán, surgió “otra generación después de ellos que no conocía al SEÑOR, ni la obra que Él había hecho por Israel” (Jueces 2:10). Este es uno de los versículos más tristes de la Biblia, y establece el escenario del libro de los Jueces, que nos cuenta lo que sucede cuando una generación crece sin conocer a Dios.
¿Cómo pudo ocurrir esto en una sola generación? Tal vez fue simplemente que los padres estaban ocupados en una tierra próspera. Estas personas habían visto a Dios hacer cosas maravillosas en sus propias vidas, pero claramente descuidaron la enseñanza sistemática de sus hijos. Y en una generación se perdió el conocimiento de Dios.
Así que aquí, en Jueces, tenemos una generación que nació en la prosperidad, fascinada con la búsqueda del significado espiritual, pero sin conocer al Señor ni lo que Él había hecho.
Esta crisis en Israel nos recuerda nuestras prioridades. Debemos enseñar a nuestros hijos quién es Dios y lo que ha hecho. Esto es lo esencial, y sin este conocimiento la fe es imposible.
Como dice el apóstol Pablo: “¿Cómo van a creer en Aquel de quien no han oído?”. (Romanos 10:14). Saber quién es Dios y lo que ha hecho debe ser el centro de nuestro plan de estudios. Cuando nuestros hijos lo sepan, entonces estarán en condiciones de dar una respuesta significativa de fe y obediencia.
Sólo hizo falta una generación para que se perdiera el conocimiento de Dios. Pero lo que puede perderse en una generación puede restaurarse en otra.
Dando vueltas en círculos
El libro de los Jueces registra un ciclo de eventos que se repitió muchas veces durante un período de varios cientos de años.
Primero, la gente abandonó al Señor y se volvió a los ídolos: “Entonces los israelitas hicieron lo que era malo ante los ojos del SEÑOR y sirvieron a los Baales. Abandonaron al SEÑOR. . . . siguieron a otros dioses de entre los dioses de los pueblos que estaban a su derredor; se postraron ante ellos” (Jueces 2:11-12).
En segundo lugar, Dios se enojó y entregó a Su pueblo en manos de sus enemigos: “Y provocaron a ira al SEÑOR. . . La ira del SEÑOR se encendió contra Israel, y los entregó en manos de salteadores que los saquearon” (2:12-14).
En tercer lugar, el pueblo clamó a Dios por ayuda, y Dios levantó un líder militar, o “juez”, para liberarlos: “Entonces el SEÑOR levantó jueces que los libraron de la mano de los que los saqueaban” (2:16).
En cuarto lugar, cuando el juez moría, el pueblo volvía a sus costumbres anteriores y todo el ciclo volvía a empezar. El pueblo de Dios daba vueltas en círculos: idolatría, juicio, clamor a Dios, liberación, y luego vuelta a la idolatría (2:18-19).
La atracción de los ídolos
Al leer el Antiguo Testamento, nos encontraremos continuamente con el tema de la idolatría. Puede parecer algo aislado, pero el hecho de que aparezca tan a menudo demuestra que es importante.
El artículo del Wall Street Journal ofrece una definición útil de la idolatría: “[La gente] está redefiniendo a Dios. . . . [Están adoptando concepciones extravagantes e individualistas de Dios para satisfacer sus propias necesidades espirituales]”.
La idolatría es poderosamente atractiva porque te pone en una posición de control. Supongamos que inventas un personaje de ficción y lo llamas “Wayne Ford”, una especie de mezcla de John Wayne y Harrison Ford. Decides que Wayne será un pionero, te sientas frente a la computadora y empiezas a escribir sobre él. Wayne es robusto y musculoso, tiene un bigote negro. . . No, ¡espera! Presionas la tecla de borrar, tiene un bigote café.
Describes el encuentro de Wayne con un oso en las Montañas Rocallosas. Pero luego necesitas un poco de romance en la historia, así que le das a Wayne un lado sensible. Debajo de ese exterior rudo, Wayne ha estado buscando el verdadero amor.
Mientras construyes la historia, tienes el control absoluto, Wayne está bajo tu poder. Puedes definir lo que quieres que sea, y él hará lo que tú quieras que haga. Este es el atractivo de la idolatría: en lugar de adorar al Dios vivo, muchas personas prefieren crear un dios que se adapte a sus propias necesidades espirituales.
Inventar un personaje está muy bien para escribir una novela, pero intenta hacerlo con una persona real y te encontrarás en los tribunales por calumnia o difamación. La idolatría es poderosamente atractiva, pero también es profundamente ofensiva.
Dios responde a nuestra idolatría diciendo: “Yo soy el que soy, no puedes redefinirme, y si lo intentas, te quitaré mi protección y te entregaré en manos de tus enemigos”. Si perseguimos ídolos, Dios nos permitirá vivir con las consecuencias de nuestras propias elecciones. Pero, gracias a Dios, ese no es el final de la historia.
El Dios que libera
Los ídolos pueden ser atractivos porque somos nosotros quienes les damos forma, pero son impotentes porque no son más que proyecciones de nuestra propia imaginación. Por eso, cuando el pueblo de Dios fue invadido por sus enemigos, se volvió a Dios y le pidió ayuda. Dios levantó jueces. El Espíritu del Señor vino sobre Otoniel, Aod, Shamgar, Débora, Barak, Gedeón y Sansón, permitiéndoles liberar al pueblo de Dios.
En la conclusión de su artículo en el Wall Street Journal, Lisa Miller escribió: “Estos son tiempos relativamente pacíficos y prósperos. Por lo tanto, aunque muchos estadounidenses buscan conexiones más profundas con Dios, no se enfrentan a los tipos de crisis que a menudo impulsan a la gente a buscar la protección o la salvación de lo alto… Los tiempos difíciles o las dificultades repentinas podrían cambiar todo esto a toda prisa… por muy amplia o lejana que sea la concepción de Dios de las personas, éstas vuelven a Dios Padre cuando las cosas se ponen difíciles”.
Esto es muy perspicaz. Es exactamente lo que aprendemos en el libro de los Jueces. Cuando las cosas se ponen difíciles, la pregunta es muy sencilla: “¿Existe un Dios capaz de ayudarte?” Cuando esa es la pregunta, los ídolos dejan de ser atractivos. Pueden ser convenientes porque no exigen nada a nivel moral; pero cuando te encuentres en una crisis, ¿de qué te servirá invocar a un producto de tu propia imaginación?
Al leer el libro de los Jueces, queda claro que aunque estos líderes militares lograron cosas notables, también tenían importantes limitaciones.
La mayoría de ellos carecían seriamente de carácter. Aod parece un asesino cobarde (Jueces 3:12-23). Gedeón estaba tan falto de fe que necesitaba múltiples confirmaciones de lo que Dios le decía que hiciera (6:36-40). Jefté tomó una decisión desastrosa que implicó el sacrificio de su hija (11:30-40). Los fracasos morales de Sansón son legendarios (Jueces 14-16). No hay nadie en este libro al que se pueda admirar de verdad.
La lectura del libro de Jueces te dejará pensando: “Necesitamos un mejor libertador, y Jesús es el libertador que necesitamos”. El contraste entre Jesús y los jueces es sorprendente. Los jueces se hicieron notar quitando la vida a otros; Jesús vino a dar Su vida por nosotros. Los jueces se ocuparon de las circunstancias externas del pueblo de Dios; Jesús se centró en el corazón. Los logros de los jueces fueron de corta duración; la liberación que trae Jesús dura para siempre.
Definir a Dios como te gustaría que fuera sólo llevará a que tu vida dé vueltas en círculos, como en el libro de los Jueces. Jesús vino a romper ese ciclo. Él es el gran libertador, y es capaz de salvarte de un viaje inútil en el que nunca avanzas, llevándote a conocer quién es Dios y lo que ha hecho.
Esto es lo que descubrimos hoy:
La idolatría es redefinir a Dios. A lo largo de los siglos, la gente ha optado repetidamente por inventar sus propios dioses en lugar de inclinarse ante el Dios vivo. Los dioses que creamos son atractivos porque podemos controlarlos, pero sólo existen en nuestras mentes y son impotentes para librarnos del pecado, la muerte y el infierno. Sólo Dios puede liberarnos, y por eso envió a su Hijo al mundo.