La Biblia nunca nos da una explicación completa del origen del mal, pero sí indica que el diablo fue un ángel que se infló con orgullo y trató de usurpar la posición de Dios (Isaías 14:12–14).
La rebelión de Satanás lo llevó a ser excluido de la presencia de Dios y arrojado a la tierra. Entonces, desde el comienzo de la historia humana, había un enemigo empeñado en destruir la obra de Dios.
Este enemigo, conocido comúnmente como Satanás, el diablo o el padre de mentira, intentó reclutar a la raza humana para su rebelión, y su primer objetivo era introducir al hombre y la mujer en la experiencia del mal.
Leyendo las jugadas de nuestro oponente
Un buen entrenador de basketball pasará horas estudiando las jugadas de un oponente para poder planificar una defensa efectiva. Satanás usó sus mejores jugadas en el jardín, y una vez que aprendas estas jugadas vas a poder defenderte de ellas.
Primera jugada: Crear confusión.
Satanás planteó una pregunta: «¿Conque Dios les ha dicho: ‘No comerán de ningún árbol del huerto’?» (Génesis 3:1). Dios había dado una simple instrucción, y la primera acción de Satanás fue cuestionarla. Al cuestionar la claridad de la Palabra de Dios, Satanás ayudó a que el hombre y la mujer ignoraran el mandato del Señor.
Cada vez que Satanás te tienta a pecar, su primera estrategia va a ser crear confusión. Él tratará de bajar tus defensas sugiriendo que tal vez lo que quieras hacer no esté realmente prohibido por Dios, o al menos que la Biblia no es clara sobre el asunto.
Segunda jugada: Provocar la arrogancia
Dios había dejado en claro que el pecado daría como resultado la muerte (2:17), pero Satanás le sugiere a la mujer que las consecuencias del pecado han sido muy exageradas: “Ciertamente no morirán” (3:4).
No es difícil ver hacia dónde se dirige esta estrategia. Él quiere que la mujer presuma sobre la gracia de Dios. “Después de todo, Dios te ama”, está diciendo Satanás, “entonces, ¿cómo podría permitir que algo malo te sucediera?” Cuando Satanás te tienta a pecar, bajará tus defensas sugiriéndote que puedes hacer algo y salirte con la tuya.
Tercera jugada: La ambición
Adán y Eva fueron creados a imagen de Dios, pero Satanás les sugirió que ahora podían subir a un nivel mejor: “se les abrirán los ojos y ustedes serán como Dios, conociendo el bien y el mal” (3:5).
Esta es una de las estrategias más sutiles del enemigo. Le encanta sugerir que deberíamos tomar el lugar de Dios, no porque él nos aprecia, sino por su profundo odio hacia Dios. Él apela a nuestro orgullo cuando sugiere que no necesitamos que Dios nos diga qué es bueno y qué es malo. Su mensaje sigue siendo el mismo: “¡Tú decides lo que es correcto para ti!”
El conocimiento del mal
La primera ley de Dios, como todos Sus mandamientos, fue una maravillosa expresión de Su amor: “De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás” (2:16-17).
Dios hizo que todo fuera bueno, y cuando le dijo a Adán que no comiera de este árbol, lo estaba protegiendo. “Adán, ya sabes lo que es bueno, pero también necesitas entender que existe una realidad terrible en el universo llamada maldad. No quiero que la experimentes nunca. Entonces, hagas lo que hagas, ¡no comas de este árbol!” Pero Adán y Eva sintieron que les gustaría tener este conocimiento del mal, y todos hemos vivido con eso desde entonces.
Excluidos del paraíso
El mal no tiene lugar en la presencia de Dios, por lo que Dios expulsó a Adán y Eva y colocó a los ángeles llamados querubines en la entrada del jardín, cerrando el paso al árbol de la vida (3:23, 24).
Adán y Eva estaban fuera del lugar de la bendición de Dios. Su matrimonio perfecto se tensó y su trabajo se volvió frustrante. Experimentaron dolor, miedo y pérdida, y la muerte era una realidad terrible que ya no podían evitar. Lo peor de todo, estaban alienados de Dios y solos en el mundo. El paraíso se perdió y no había vuelta atrás.
Después de que Dios expulsó al hombre y a la mujer, “al oriente del huerto del Edén puso querubines, y una espada encendida que giraba en todas direcciones para guardar el camino del árbol de la vida” (3:24). La espada de fuego que se mueve de un lado a otro habla del juicio de Dios. Tratar de escabullirse a través de ella era imposible. Esta imagen debe haber sido aterradora para Adán.
Así que aquí está el diagnóstico bíblico de la condición humana: tenemos conocimiento del mal y estamos excluidos de la presencia de Dios. No podemos liberarnos de este conocimiento del mal, y no podemos regresar al paraíso de Dios. Ese es el diagnóstico, entonces, ¿cuál es la receta para solucionar el problema?
La esperanza que comenzó con una maldición
La esperanza comenzó el día en que Eva y Adán pecaron, ¡y comenzó con una maldición! Dios le dijo a la serpiente: “Maldito seas” (3:14).
Una maldición es (según el diccionario) una “expresión de la deidad, que confiere a una persona o cosa a la destrucción”1. Entonces, cuando Dios maldijo a la serpiente, estaba anunciando que el mal no resistiría. Satanás no tendría la última palabra. Adán y Eva deben haberse alegrado al escuchar esta noticia.
Podemos agradecer a Dios por Su maldición sobre el mal. Sin la maldición, estaríamos estancados con el conocimiento del mal para siempre. Pero esta maldición nos abre la puerta de la esperanza. Si Dios no enviara el mal a la destrucción, ¿quién más podría? A lo largo de la historia humana hemos intentado y fracasado. Nuestras noticias siguen dominadas por la violencia y el abuso. No podemos liberarnos de ello. Pero Dios le dijo a Satanás: “Maldito seas”, y desde ese momento nuestro enemigo fue destinado a la destrucción final.
Entonces Dios pronunció una segunda maldición. Volviéndose hacia el hombre, dijo: “Maldita …” Adam debió contener el aliento. Dios había maldecido a la serpiente, y ahora estaba mirando directamente a Adán mientras hablaba esa terrible palabra. Adán debió haber pensado que iba a ser destruido por completo, pero le esperaba una sorpresa. En lugar de decirle a Adán: “Maldito seas”, Dios dijo: “Maldita sea la tierra por tu causa” (3:17).
Aquí descubrimos una de las cosas más importantes que necesitamos saber acerca de Dios. Anuncia que destruirá el mal, pero al mismo tiempo desvía la maldición para que caiga en el suelo y no directamente sobre el hombre o la mujer.
Dios es justo, y la maldición debe ir a alguna parte, así que, en el momento adecuado, Dios envió a Su Hijo y dirigió la maldición de nuestro pecado hacia Él. De eso se trata la cruz. Cristo nos redimió de la maldición de la ley al convertirse en una maldición por nosotros.
Un día, el efecto del triunfo de Cristo transformará todo el planeta. Al desviar la maldición a la tierra, Dios ha sometido a la creación a la frustración, pero también ha prometido que “la creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Romans 8:21).
La batalla en curso
Entonces el Señor Dios le dijo a la serpiente: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, Y tú lo herirás en el talón” (Génesis 3:15).
La “enemistad” resume la implacable batalla contra el mal que se ha desarrollado a través de las generaciones de la historia de la humanidad. Siempre intentamos deshacernos del mal, pero simplemente no podemos ir más allá de la frustración, el dolor, la enfermedad y la muerte. Estamos atrapados en el “conocimiento del mal”. Pero Dios promete que un libertador vendrá y se involucrará en una gran lucha contra el maligno. Infligirá un golpe fatal al golpear sobre la cabeza del enemigo y, en el proceso, el enemigo morderá el talón que lo aplastó.
Imagina estar de pie sobre la cabeza de una serpiente venenosa. Te muerde e inflige una herida, pero luego tu pie herido cae sobre la serpiente y trae su destrucción. De la misma manera, a través de Su muerte, Cristo infligió una herida mortal al enemigo y abrió el camino para que los hombres y las mujeres fueran liberados de su poder (ver Colosenses 2:15).
Cristo vino del cielo, no solo para vencer el poder del mal, sino también para abrirnos un camino de regreso al paraíso. Intenta imaginarte parado frente al paraíso de Dios, mirando hacia donde están los querubines y la espada de fuego del juicio. Cuando miras, alguien sale de la presencia de Dios y te acompaña. Luego da una vuelta y avanza hacia la espada de fuego. Te estremeces mientras miras. La espada de fuego va sacudiéndose de un lado a otro, y puedes ver lo que le sucederá cuando llegue allí. Pero Él sigue caminando hacia adelante, de manera constante, implacable. La espada lo golpea y lo mata. Rompe su cuerpo, pero al romper su cuerpo, la espada misma se rompe y queda destrozada en el suelo. Por Su muerte, se abrió para ti un camino de regreso a la presencia y bendición de Dios.
Esto es lo que descubrimos hoy:
Solo podemos comenzar a darle sentido a nuestro mundo cuando entendemos que vivimos con el conocimiento del mal y estamos excluidos de la presencia de Dios. Pero Dios no nos ha abandonado. Él envió a su Hijo a nuestra batalla continua con el mal. A través de Su muerte en la cruz, Él rompió el poder del enemigo y abrió un camino nuevo hacia la presencia y bendición de Dios.
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Nota:
1. Diccionario Conciso Oxford, 6ta ed.