Hace algún tiempo, me pusieron una multa de tráfico. El agente me explicó que la infracción figuraría en mi historial de conducción, pero luego me dijo que el estado de Illinois había previsto una forma de eliminar la infracción. Dijo “Usted puede tomar la clase y será como si esto nunca hubiera ocurrido”.
Ahora piensa en cómo funciona este sistema. Podemos suponer razonablemente que un día un administrador bastante cansado bostezó mientras recorría una larga lista de todos los Smith que conducían en Illinois para encontrar al pobre contra cuyo nombre debía registrarse una infracción.
Luego, unas semanas más tarde, otro administrador tendría la laboriosa tarea de desplazarse por la misma lista con el fin de pulsar el botón de borrar y eliminar todo registro de la infracción. El proceso es legal, pero es profundamente impersonal. No hay ninguna relación involucrada.
Es una maravillosa verdad que Jesús murió para borrar el registro de nuestros pecados. Pero si eso es todo lo que captamos, nuestro amor por Dios será tan débil como el afecto que tengo por el operador de la computadora que borró mi ofensa.
Cristo murió no sólo para borrar tu registro de pecado, sino también para llevarte a una relación de amor con Dios. La salvación no es una transacción a distancia realizada por un administrador celestial desconocido, es Dios tendiendo la mano para establecer una unión íntima contigo.
Unidos a Cristo
Cuando llegas a la fe en Jesús, el Espíritu Santo establece una conexión entre la muerte y resurrección de Jesús y tu vida actual. “Porque si hemos sido unidos a Cristo en la semejanza de Su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de Su resurrección” (Romanos 6:5).
¿Qué significa estar “unidos” a Jesucristo en Su muerte y resurrección?
Me parece útil pensarlo así: Algunas cosas eran ciertas en ti: estabas bajo el reino del pecado, estabas alejado de Dios y no podías hacer nada al respecto (Romanos 5:21; Efesios 2:12; 2:1). Si hubieras permanecido en esa condición, habrías terminado bajo la condenación. Pero cuando llegaste a la fe en Jesús esa persona dejó de existir (Romanos 8:1), él o ella murió con Jesús en la cruz. A eso se refiere Pablo cuando dice que “hemos muerto con Cristo” (Romanos 6:8).
Pero la cosa no acaba ahí. Pablo también escribió que estamos “unidos a [Cristo] en una resurrección como la Suya” (Romanos 6:5). Cuando el Espíritu Santo te sumergió en Cristo, hizo nacer una nueva persona. Ahora estás bajo el reino de la gracia, eres un hijo de Dios y tu destino es la vida eterna (Romanos 5:21; Gálatas 4:4-7; Romanos 6:22-23). Todavía fallas en muchas maneras, pero no importa cuántas veces falles, no puedes volver a ser la persona que una vez fuiste. Esa persona está muerta y se ha ido para siempre, él o ella ha dejado de existir.
La unión con Cristo es mucho más que pasar la hoja o tomar una decisión; es la vida de Cristo fluyendo en ti por el poder del Espíritu Santo.
Jesús habló de esta unión cuando dijo: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos” (Juan 15:5). Así como la savia sale de la vid y fluye hacia los pámpanos, la vida de Cristo fluirá de Él hacia Su pueblo. Esto es mucho más que una transacción legal en la que tus pecados son perdonados y tu pasaporte es sellado para el cielo, esto es la vida de Dios entrando en ti. Es difícil pensar en una imagen más íntima.
Cuando el Espíritu Santo nos une a Cristo, invade nuestras vidas con Su amor. Un buen matrimonio es tanto legal como relacional, es tanto un acuerdo vinculante como una unión íntima, promueve una profunda seguridad y un profundo afecto. Dios quiere llevarnos a una relación de amor que sea a la vez segura e íntima, es segura porque Dios hace un pacto con nosotros, y es íntima porque implica la unión con Jesucristo.
Bendecidos en Cristo
Considera la diferencia entre un par de calcetines y un par de pantalones. ¿Sabes lo que ocurre cuando metes un par de calcetines en la lavadora? Uno de ellos se pierde. El problema, por supuesto, es que no hay nada que los una. Los pantalones son diferentes. Nunca he conocido un pantalón que salga de la lavadora con una pierna perdida.
Dios no tira las bendiciones del cielo como los calcetines: “¿Alguien quiere el perdón? ¿Alguien quiere la vida eterna?” Dios nos da una bendición, Jesucristo. Nos ha “bendecido en Cristo con toda bendición espiritual” (Efesios 1:3). Todas las bendiciones de Dios nos llegan en Jesús, y ninguna de ellas nos llega aparte de Él.
El perdón se encuentra en Jesús, la vida eterna se encuentra en Jesús, la santidad se encuentra en Jesús y la fortaleza se encuentra en Jesús. Dios lo ha hecho nuestra “sabiduría, … justicia, santificación y redención” (1 Corintios 1:30). Todos estos dones están unidos inseparablemente en Él, y si estás en Cristo, todas estas bendiciones son tuyas.
Liberado por Cristo
Estar en Cristo te equipa para tu batalla contra el pecado. Antes estabas destinado a la derrota en la batalla, pero ahora en Cristo, estás listo para la victoria. “Porque el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, pues no están bajo la ley sino bajo la gracia” (Romanos 6:14).
Imagínate en un campo de batalla. Tu unidad está bajo fuego intenso y eres capturado, entregas tus armas y te llevan a lo que parece una enorme jaula. El hombre a cargo de la jaula tiene un aspecto aterrador, cuando grita órdenes, la gente de dentro hace lo que él ordena. Tu valoras tu vida y decides hacer lo mismo.
Durante el siguiente año, toda tu vida transcurre en la jaula. Duermes, te alimentan y haces ejercicio, pero todo el tiempo estás bajo el poder de tu enemigo. Y mientras estés en la jaula, no hay absolutamente nada que puedas hacer al respecto.
Entonces, una noche, oyes el rugido de un motor y el sonido de los disparos. Tu capitán ha venido con todas sus fuerzas para liberarte. Cuando subes a su jeep, te entrega una pistola: “Toma esto”, dice, “ahora estás de vuelta en la batalla”.
Al día siguiente, el hombre que dirige la jaula viene a buscarte, grita órdenes, pero ya no tienes que hacer lo que dice. No estás en la jaula, eres libre. Cuando estás en Cristo, estás en una posición completamente nueva. Eres libre, y eso significa que estás en posición de luchar. El pecado siempre será tu enemigo, pero ya no es tu amo.
“No reine el pecado en su cuerpo mortal… ni presenten los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino preséntense ustedes mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:12-13).
Seguros en Cristo
La fe te pone en Cristo, donde estás completamente seguro, incluso cuando estás lleno de miedo.
Un amigo mío cuenta la historia de la primera vez que voló en un avión: cuando subió, estaba en un asiento central de tres. Al lado de la viuda había una señora mayor que parecía muy nerviosa. En el pasillo había un hombre de negocios que parecía haber hecho esto mil veces antes. Mi amigo, que estaba en el medio, estaba preparado para el viaje, pero al no haber volado nunca, estaba un poco aprensivo.
Cuando el avión despegó, el empresario abrió el periódico. Mi amigo se agarró a los descansabrazos de su asiento, la anciana buscó la bolsa de vómitos.
Cuando se sirvió el almuerzo, el empresario se lo comió todo, mi amigo se comió la mitad del suyo, la anciana se limitó a mirar el suyo y ni siquiera lo tocó.
Esta es la conclusión de la historia: ¡los tres pasajeros llegaron al mismo lugar y al mismo tiempo! Tuvieron una experiencia de viaje muy diferente, pero todos estuvieron igualmente seguros. Tu seguridad eterna no depende de lo bien que te vaya en la vida cristiana; depende de que estés en Cristo.
Esto es lo que descubrimos hoy:
Un cristiano es una persona que se ha unido a Cristo en Su muerte y resurrección. Cuando te uniste a Cristo por la fe, la persona que eras antes dejó de existir, y surgió una nueva persona. Todavía tienes muchas luchas, fallarás en muchas maneras, pero desde que Cristo te ha liberado, estás en una posición completamente nueva.
Descubrir tu nueva posición en Cristo es una de las claves más importantes para vivir la vida cristiana. El pecado siempre será tu enemigo, pero ya no es tu amo. Ahora estás en posición de dar la batalla.