QUIZÁ no estés seguro de si al final llegarás al cielo. Esperas que sí, pero a veces te preguntas si tu fe es lo suficientemente fuerte o tu arrepentimiento lo suficientemente profundo.
Por eso es importante que dejemos el valle del conflicto y subamos a la siguiente montaña donde podemos vislumbrar la victoria final que se promete a todo creyente en Jesucristo.
Un día la lucha de tu vida cristiana terminará. Estarás en la presencia de Jesús. Verás su rostro, y cuando lo veas, serás como Él (1 Juan 3:2).
La gloria de Dios en ti
La promesa de Dios no es sólo que serás llevado a la gloria de Su presencia, sino también que Su gloria se revelará en ti. Pablo dice: “Considero que nuestros sufrimientos actuales no son comparables con la gloria que se revelará en nosotros” (Romanos 8:18). Observa que no dice “para nosotros” sino “en nosotros”. ¡La gloria de Dios estará en ti!
El Espíritu Santo ya está creando algún reflejo de la gloria de Dios en la vida de cada creyente. Estamos “siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu” (2 Corintios 3:18).
El proceso ha comenzado, y un día se completará. Los que han sido justificados serán glorificados (Romanos 8:30). Dios terminará lo que ha comenzado en tu vida, y cuando Su obra en ti esté completa, no estarás decepcionado.
Cuando pasamos por los valles de la debilidad, el conflicto y el sufrimiento, necesitamos la confianza de saber el resultado final de todo lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. Esa es la alegría que nos sostiene. “Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:2).
¿Cómo puedes estar seguro?
¿Cómo puedes estar seguro de que llegarás al cielo? Puede que hayas empezado la vida cristiana, pero ¿cómo sabes que la terminarás? Si no sabemos responder a estas preguntas, pronto nos quitarán la alegría.
A Satanás le encanta recordarnos los muchos peligros que hay en los valles de la vida cristiana, y sólo podemos regocijarnos en la esperanza de la victoria final, si confiamos en que Dios nos sacará adelante.
Respuestas inadecuadas
Si te preguntara cómo sabes que vas a pasar la eternidad en el cielo, ¿cómo responderías?
Una respuesta podría ser “Porque amo a Cristo”. Eso está muy bien, pero ¿cuán profundo es tu amor? ¿Se muestra siempre en la obediencia a Sus mandamientos? No puedes apoyarte con confianza en tu amor por Cristo.
Otra respuesta podría ser “He hecho un compromiso”. Eso es maravilloso. ¿Pero qué pasa si tu compromiso se debilita? ¿Significaría eso que tus posibilidades de entrar en el cielo disminuirían también? No puedes apoyarte con confianza en tu compromiso con Cristo.
Una tercera respuesta podría ser “tengo fe”. De nuevo, eso es maravilloso. Pero, ¿qué tan fuerte es tu fe? ¿No hay momentos en los que luchas con la duda? No puedes apoyarte con confianza en tu fe en Cristo.
El factor común en estas tres respuestas inadecuadas es la pequeña palabra “yo”: “yo amo a Cristo”; “yo estoy comprometido”; “yo tengo fe”. Y el problema con todo lo que comienza con “yo” es que nunca está completo, nunca es lo que podría ser, y nunca es lo que debería ser.
La sangre de Jesús
Por eso debemos estar sumamente agradecidos de que la entrada en el cielo no depende de nuestra fe, nuestro compromiso, nuestras obras, nuestro amor ni nada en nosotros, sino de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. “Habiendo sido ahora justificados por Su sangre”, declara la Biblia, “entonces mucho más seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él” (Romanos 5:9).
Si mi salvación dependiera de la fuerza de mi fe o de la profundidad de mi amor, nunca podría saber cuál sería el resultado de mi vida. Pero el resultado final no depende de estas cosas, está fundamentado en la sangre de Jesús. Esta es nuestra base sólida para una confianza humilde y alegre: estamos “justificados por Su sangre”.
Una base firme
Imagina dos escenas. En la primera, una persona segura de sí misma sale a un lago cubierto de hielo. El hielo es fino. Su confianza es errónea y se hunde. En la segunda, una persona muy nerviosa se mueve vacilante sobre el hielo sólido. Se mueve lentamente porque tiene miedo de que el hielo se rompa. Pero no tiene nada que temer. El hielo es grueso. Su seguridad no depende de la fuerza de su fe, sino de la fuerza del hielo.
Tu salvación no depende de la fuerza de tu fe, sino de la fuerza de tu Salvador.
Si quieres cultivar una anticipación confiada y alegre del cielo, la pregunta que debes hacerte no es “¿Cuán fuerte es mi fe?” o “¿Cuán cálido es mi corazón?” o “¿Cuán profundo es mi compromiso?” Estas preguntas te hacen mirarte a ti mismo, ¡y eso sólo te hará plantear más preguntas!
En su lugar, pregunta: “¿Es la sangre de Jesucristo lo suficientemente rica y fuerte como para lavar cada pecado y cubrir cada debilidad, fracaso e insuficiencia en mi vida desde ahora hasta el día en que llegue a la presencia de Dios?” La respuesta a esa pregunta es “Absolutamente, sin duda o vacilación, ¡sí!”
La vista desde la tercera montaña
Jesucristo murió para salvarte, vive para guardarte y nunca te dejará ir (Romanos 8:32-39). Por eso no tienes que preocuparte por lo que te depara el futuro. Venga lo que venga, Él estará contigo, y te sacará adelante.
¿Qué evento en la vida podría separarte del amor de Cristo? ¿Qué poder en el infierno podría detener lo que Él está haciendo en tu vida? Dios dio a Su Hijo para que muriera por ti, y puedes estar sumamente seguro de que nada le impedirá llevarte hasta el cielo.