DESPUÉS de la muerte de Jesús, dos miembros del consejo gobernante judío confesaron abiertamente su fe en Él. José de Arimatea había sido un seguidor secreto de Jesús, y no había consentido la decisión del Sanedrín de darle muerte (Lucas 23:50-51). A él se unió Nicodemo, que también había quedado profundamente impresionado pero había mantenido su fe en secreto por miedo a lo que pudieran pensar los demás (Juan 19:39).
Estos dos hombres fueron a ver a Pilato, y José pidió el cuerpo de Jesús. Era viernes por la tarde, y querían enterrar el cuerpo antes del sábado.
Pilato fue cauteloso. Su primera respuesta fue pedir confirmación de que Jesús estaba realmente muerto. El centurión que había custodiado la cruz confirmó el hecho sin reservas. Entonces Pilato liberó el cuerpo.
José tenía una tumba en un jardín cerca del lugar donde Jesús había sido crucificado, así que pusieron el cuerpo allí y rodaron una piedra contra la entrada de la tumba.
Seguridad superior
A la mañana siguiente, una delegación de sumos sacerdotes y fariseos fue a ver a Pilato. Sabían que Jesús había dicho que resucitaría a los tres días, y querían asegurarse de que la tumba estuviera vigilada para que no hubiera posibilidad de que los discípulos robaran el cuerpo.
Pilato les dijo a los fariseos que “tomaran una guardia” y “asegúrenlo como ustedes saben” (Mateo 27:65).
Una tumba vacía
A la mañana siguiente, algunas mujeres que habían seguido a Jesús fueron a visitar el sepulcro. Se sorprendieron al ver que la piedra había sido retirada de la entrada. Miraron dentro y vieron que la tumba estaba vacía.
Los momentos clave de la historia bíblica suelen ir acompañados de acontecimientos sobrenaturales. Los ángeles llenaron el cielo cuando nació Jesús, así que no debería sorprendernos que los ángeles anunciaran la noticia de la resurrección de Jesús de entre los muertos.
Sentado sobre la piedra que sellaba el sepulcro, un ángel del Señor dijo a las mujeres: “Ustedes, no teman; porque yo sé que buscan a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, porque ha resucitado, tal como Él dijo.” (Mateo 28:5-6).
El Cristo resucitado
La buena noticia anunciada por el ángel no era que “Jesús está vivo” sino que “ha resucitado”. Vale la pena reflexionar sobre la diferencia. El Hijo de Dios estaba vivo en el cielo antes de hacerse humano. Entonces, ¿por qué no dejó simplemente Su cuerpo crucificado en la tumba y volvió al Padre? Después de todo, sólo era carne y hueso. ¿Por qué se molestó en hacerlo?
Los ángeles podrían haber aparecido el domingo de Pascua por la mañana y decir: “Su cuerpo está aquí en la tumba, pero no te preocupes, Su espíritu está con el Padre en el cielo”. Después de todo, ¿no es esto precisamente lo que decimos en un servicio fúnebre cuando un cristiano muere? Enterramos el cuerpo y luego decimos: “Aunque el cuerpo de nuestro querido hermano fallecido está aquí, su alma está con el Padre en el cielo”.
Pero el ángel no dijo eso sobre Jesús. El mensaje es que Cristo ha resucitado. No fue sólo el espíritu de Jesús el que fue liberado de la muerte, sino también Su cuerpo.
Victoria sobre la muerte
Dios ha unido el alma y el cuerpo. La muerte los separa. Por eso es un enemigo tan terrible. Es la perdición de nuestra naturaleza. La muerte no será derrotada por la supervivencia del alma. La victoria sobre la muerte sólo se logrará cuando el cuerpo y el alma se reúnan en el poder de una nueva vida. Y eso es precisamente lo que ocurrió cuando Jesús resucitó de entre los muertos.
La Biblia pone gran énfasis en la naturaleza física de la resurrección. Cuando Jesús se apareció a los discípulos, ellos pensaron que estaban viendo un fantasma. Jesús quería que supieran que lo que estaban viendo era algo más que el espíritu de Cristo en una forma visible, así que les dijo: “tóquenme y vean, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como ustedes ven que Yo tengo” (Lucas 24:39)
La carne que yacía en el sepulcro había resucitado. La buena noticia no era que el espíritu de Jesús hubiera sobrevivido a la muerte y siguiera vivo, sino que el cuerpo de Jesús había resucitado. Jesús había atravesado la muerte y triunfado sobre ella.
Resucitado significa cambiado
Cuando el cuerpo de Jesús resucitó, también cambió. Esto era algo que nunca había sucedido antes. Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos, pero Lázaro salió de la tumba exactamente como había entrado en ella. Y continuó el proceso de envejecimiento en el punto donde lo había dejado. Entonces, en algún momento, el pobre hombre tuvo que pasar por todo el miserable asunto de morir de nuevo.
Pero cuando Cristo resucitó, su cuerpo ya no estaba sujeto al envejecimiento, la enfermedad, el dolor o la muerte. Ya no estaba limitado por las restricciones del tiempo y el espacio, Su carne fue transformada y adaptada para la eternidad.
Este es el glorioso futuro que le espera a cada creyente cristiano. Ya que Cristo ha sido resucitado, nosotros también lo seremos. Cuando Cristo regrese, reunirá a todo Su pueblo en Su presencia. Cada creyente estará allí, no sólo en mente sino también en cuerpo. Dios ha determinado redimir no sólo una parte de ti, sino todo tu ser.
Los mayores deleites del cuerpo y del alma en esta vida son sólo un indicio de lo que Dios está preparando para los que le aman. Creer más claramente en la resurrección del cuerpo te dará una mayor anticipación de la vida en el cielo.
La vista desde la quinta montaña
Los cristianos hacen algo más que seguir las palabras de un antiguo maestro. Comparten la vida de un Salvador resucitado. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11:25). La resurrección de Jesús reivindicó Su afirmación y Su promesa.
Si te resulta difícil creer en la resurrección de Jesús, te puede ayudar saber que incluso los primeros discípulos tenían dudas. La historia de su viaje hacia la fe nos lleva al siguiente valle.