EL ENCUENTRO de Pablo con Jesús en el camino a Damasco fue el punto de inflexión de su vida. Jesús lo confrontó con una sola pregunta que cambió su vida: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4).
Saulo había perseguido a los cristianos porque estaba en conflicto con Dios. Pero a través de su encuentro con Jesús, descubrió el incalculable regalo de la paz con Dios. La forma en que esta paz puede ser tuya es un tema central en el Nuevo Testamento.
Pablo explicó lo que le ocurrió a él, y a todos los seguidores de Cristo, con estas palabras: “Justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). El don de la paz con Dios viene de Cristo. Pertenece a los justificados y se recibe por la fe. Estos grandes temas nos llevan a la cumbre de nuestra segunda montaña.
Bolas y strikes
En un partido de béisbol, el árbitro decide si el lanzador ha lanzado una bola o un strike. La opinión del público o de los comentaristas de televisión es irrelevante. El árbitro decide. Del mismo modo, en un tribunal, el juez decide si un acusado es culpable o inocente. Los abogados presentan su caso, pero el juez decide. Su declaración es definitiva.
La palabra justificado describe una decisión o declaración de que una persona tiene razón. Su opuesto es la palabra condenado, que describe una decisión o declaración de que una persona está equivocada.
Un día cada persona que ha vivido estará ante Dios. En ese día, Dios anunciará quién está en lo correcto y quién está en lo incorrecto. Dios hará la declaración. Otras opiniones serán irrelevantes.
La Biblia afirma clara y repetidamente que todas las personas han pecado y están destituidas de la gloria de Dios, ésta no es una perspectiva atractiva. Así que cuando leemos sobre cómo podemos ser justificados, o declarados justos por Dios, tenemos todas las razones para explorar cómo esto es posible.
¿Cómo puede estar bien lo que está mal?
La buena noticia es que Dios justifica a los pecadores (Romanos 4:5). Pero esta afirmación plantea obviamente un problema. Declarar que los pecadores están “en lo cierto” parece un error de justicia. ¿Cómo podría Dios hacer eso? La respuesta a esa pregunta es “a través de Jesucristo”.
Cuando Jesús murió en la cruz, Dios Padre hizo recaer sobre Él la culpa y el castigo de nuestros pecados (Romanos 3:25; 1 Pedro 2:24). La justicia exige que el pecado sea castigado, y Dios demostró Su justicia pasando nuestra sentencia a Jesús. Él cumplió la sentencia por nuestras malas acciones. Se hizo justicia.
La ley de la doble incriminación deja claro que una persona no puede ser acusada dos veces por el mismo delito. Así que si nuestros pecados han sido pagados por Jesús, no hay manera de que puedan ser imputados a nosotros, ni ahora ni en el futuro. Por eso “ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
Si Dios justifica a las personas por medio de la muerte de Jesucristo, entonces debemos descubrir cómo pueden aplicarse a nosotros los beneficios de la muerte de Jesús. La respuesta a esa pregunta es “mediante la fe”.
¿Cómo pueden dos convertirse en uno?
Imagina una pareja joven que se conoce en una cita a ciegas. Con el paso del tiempo desarrollan una amistad y luego se enamoran. Finalmente, se encuentran haciendo votos el uno al otro y se unen en matrimonio.
Esta es una imagen útil de la forma en que la fe nos une a Jesucristo. Como cualquier otra relación, la fe en Jesús comienza cuando se descubre quién es Él. Eso es lo que hemos estado haciendo en nuestro viaje a través de la Biblia. Pero la fe implica algo más que aprender sobre Jesús. Conocer a otra persona no constituye un matrimonio, y conocer a Jesús no lo hace nuestro.
En el servicio matrimonial, se le pregunta al novio si tomará a la novia como su esposa. Luego se le pregunta a la novia si acepta al novio como su esposo. Un matrimonio se forma cuando los novios se comprometen mutuamente en amor.
Nuestra unión con Cristo funciona de la misma manera. Hace dos mil años, se le preguntó a Jesús si te tomaría y se convertiría en tu Salvador. ¿Cargaría con tus pecados? ¿Pagaría tus deudas? ¿Soportaría tu infierno? Y en la cruz, Jesucristo respondió “lo haré” a todas estas preguntas.
Ahora Dios tiene una pregunta para ti: “¿Tomarás a Jesucristo como Salvador y Señor de tu vida? ¿Te comprometerás total y plenamente con Él?”. La fe responde “sí quiero” a estas preguntas, y cuando se da esa respuesta, se forma un vínculo de unión entre tú y Jesús.
El don de shalom (la paz)
Todo lo que Jesús logró en la cruz se vuelve tuyo por la fe. Dios considera que tus pecados han sido cubiertos en Su muerte. Tu caso está cerrado. No hay cargos que responder. Eres justificado por la fe en el Señor Jesucristo, y así tienes paz con Dios (Romanos 5:1).
El término hebreo para paz es la hermosa palabra shalom. Es uno de los saludos judíos más comunes, y significa “Que las cosas sean como deben ser”. Cuando eres justificado por la fe a través del Señor Jesucristo, las cosas son como deben ser entre tú y Dios. “Tenemos paz con Dios” (Romanos 5:1).
La vista desde la segunda montaña
La paz con Dios no significa que estés libre de conflictos. Cada cristiano está involucrado en una lucha de por vida contra el pecado, y ya hemos visto que los primeros creyentes se enfrentaron a la hostilidad y la persecución a causa de su fe en Jesús.
Jesús se refirió directamente a esta cuestión. Dijo a sus discípulos: “Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz”. Pero inmediatamente pasó a decir: “En este mundo tendrán tribulación” (Juan 16:33). Así que la paz de la que habló Jesús no es la ausencia de problemas o conflictos en nuestras vidas.
Jesús dejó claro que los discípulos tendrían paz y problemas al mismo tiempo. Para descubrir cómo funciona esto, tenemos que pasar por otro valle.