DURANTE un período de cuarenta días después de la resurrección, Jesús enseñó a Sus discípulos y los llevó a un nuevo nivel de entendimiento. Anteriormente, habían pensado en la cruz como un desastre absoluto. Ahora, vieron que todo había sucedido exactamente como Dios lo había planeado.
Cristo no estuvo con ellos constantemente durante esos cuarenta días. Se les apareció, les enseñó y luego desapareció. De esta manera, comenzó a separarlos de la dependencia de Su presencia física.
Durante tres años se habían acostumbrado a hablar con Jesús directamente, cara a cara. Pero ahora las cosas serían diferentes. Tendrían que aprender a seguir a Jesús por la fe y no por la vista. Poco a poco se acostumbraron a confiar en Jesús sin verlo.
La Gran Comisión
Al final de los cuarenta días, Jesús fue al Monte de los Olivos con Sus discípulos. Les encomendó “ir y hacer discípulos a todas las naciones” y les prometió Su presencia continua (Mateo 28:18-20). Pero Sus instrucciones inmediatas eran esperar en Jerusalén.
Jesús les había enseñado sobre el Espíritu Santo. Ahora les prometió que el Espíritu vendría y les daría poder para ser Sus testigos hasta los confines de la tierra (Hechos 1:8).
Entonces Jesús ascendió al cielo. En otras ocasiones, cuando Cristo se había aparecido, simplemente había desaparecido. Pero esta vez lo vieron partir. Este fue el final de las apariciones de la resurrección a los discípulos. La evidencia había sido entregada; el entrenamiento estaba completo. Y ahora Jesús volvía al Padre.
Hacia la nube
Lucas relata que Jesús “fue elevado mientras ellos miraban, y una nube lo recibió y lo ocultó de sus ojos” (Hechos 1:9). Dios dio a conocer Su presencia en una nube en momentos críticos de la historia bíblica. La nube llenó el templo de Salomón, dando al pueblo una señal visible de la presencia de Dios. En la historia de la Transfiguración, Dios habló desde una nube en la montaña.
Ahora, cuando Jesús ascendió, los discípulos vieron que fue recibido en la nube. ¿Podría haber algo más claro que esto? El mismo Cristo que había venido del Padre volvía ahora al Padre. Habiendo terminado Su obra, fue recibido por el Padre, representado en la nube.
Un hombre en el cielo
Los discípulos se llenaron de alegría cuando Jesús les dejó porque sabían que había vuelto al Padre (Lucas 24:52). Esto significaba que por primera vez en la historia de la humanidad había un hombre en el cielo.
Adán fue expulsado de la presencia de Dios y, como consecuencia, todos sus hijos fueron alejados de Dios. Cristo fue recibido en la presencia del Padre, y como resultado todos los que le siguen serán acogidos por el Padre. Adán nos llevó fuera, Jesús nos hace entrar.
Los discípulos sabían que Jesús los representaría ante el Padre. El Hijo de Dios asumió nuestra humanidad en la tierra, y la ha llevado al cielo, donde actúa como abogado de Su pueblo.
La alegría de sentarse
Cuando Jesús ascendió al Padre, “se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3). Esta frase está llena de significado. Los sacerdotes del Antiguo Testamento nunca se sentaban. El mobiliario del templo incluía una lámpara y una mesa, pero ninguna silla. La ausencia de una silla era un recordatorio visual de que el trabajo del sacerdote nunca terminaba. Siempre había otro sacrificio que hacer.
Pero la obra de Cristo está terminada. No hay más sacrificio que ofrecer, no hay más expiación que hacer, no hay nada más que hacer para aplacar la ira de Dios y liberar el perdón a Su pueblo. La obra redentora de Cristo está completa, y por eso se sentó.
La bendición que nunca termina
Las últimas impresiones suelen causar un fuerte impacto en la mente, y la última visión que los discípulos tuvieron de Jesús estuvo llena de significado. Jesús levantó Sus manos y bendijo a los discípulos, y “mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (Lucas 24:51, énfasis añadido).
Los discípulos vieron a Jesús ascender a la nube, todavía hablando de la bendición de Dios en sus vidas. ¡No había terminado de bendecirlos! Hoy el Señor Jesucristo ascendido continúa lo que estaba haciendo cuando el Padre lo llevó a la nube: derramar Su bendición en las vidas de Su pueblo. Todo buen regalo en tu vida viene de Su mano.
La promesa de Su regreso
Jesús habló claramente a sus discípulos sobre Su regreso: “vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que donde Yo esté, allí estén ustedes también” (Juan 14:3).
Cuando Jesús ascendió, dos ángeles confirmaron esta promesa. Dijeron: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de ustedes al cielo, vendrá de la misma manera, tal como lo han visto ir al cielo” (Hechos 1:11).
Jesús le había hablado a Caifás de un día en que “desde ahora verán AL HIJO DEL HOMBRE SENTADO A LA DIESTRA DEL PODER, y VINIENDO SOBRE LAS NUBES DEL CIELO” (Mateo 26:64). Caifás consideró esto como una blasfemia. Pero Dios Padre reivindicó a Jesús resucitándolo de entre los muertos. Un día, toda persona que haya vivido alguna vez verá a Jesús en toda Su gloria. Para Sus amigos será el comienzo de una gran alegría. Para Sus enemigos será el comienzo de un dolor interminable.
Lo que le sucedió a Jesús en Su ascensión le sucederá a todo Su pueblo cuando venga en gloria. Así como Jesús fue arrebatado en la nube, así cuando Él regrese todos los que creen en Él serán arrebatados para encontrarse con Él en el aire. Cada cristiano participará en ese día. Los que ya han muerto no se perderán. Vendrán con Él, y desde ese momento todo el pueblo de Cristo estará para siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:17).
La vista desde la sexta montaña
Los discípulos volvieron a Jerusalén con alegría. Eran sólo un puñado de personas, y se enfrentaban a una tarea monumental. ¿Cómo podrían cumplir el encargo de hacer discípulos a todas las naciones? La respuesta estaba en la persona y la obra del Espíritu Santo.