Hubo una resistencia inmediata al nuevo rey. Algunos de los leales a Saúl lucharon para defender su territorio, pero durante los dos años siguientes la casa de David se fortaleció mientras la casa de Saúl se debilitaba (2 Samuel 3:1) hasta que finalmente todos aceptaron a David como rey (5:1-5).
Bajo el liderazgo de David, el pueblo de Dios capturó Jerusalén, y cuando la ciudad fue tomada, David construyó su palacio y estableció allí su centro de gobierno. Luego David llevó a Jerusalén el Arca de la Alianza, el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo. La presencia de Dios estaba en el centro de la vida nacional.
La nación estaba unida, el pueblo de Dios prosperaba y había paz. David había tenido más éxito del que había soñado, y sintió que era hora de devolver algo. David era un hombre piadoso con un buen corazón y una gran idea.
El plan de un rey para honrar a Dios
A David no le parecía bien vivir en un lujoso palacio mientras el arca de Dios se alojaba en una tienda. Tenía en mente construir un templo para Dios, así que llamó a su amigo Natán, quien le dijo: “Vaya, haga todo lo que está en su corazón, porque el SEÑOR está con usted” (7:3). Pero esa noche Dios le reveló a Natán que, en lugar de que David construyera una casa para Dios, sería Dios quien construiría una casa para David.
¿Has estado alguna vez en una situación en la que querías hacer algo bueno y Dios te cerró la puerta? ¿Has perseguido alguna iniciativa, pero no ha funcionado o tuviste una gran idea, y alguien más la llevó a cabo? Cuando Dios te cierre la puerta, te enfrentarás a la última prueba de humildad.
C.S. Lewis describió la humildad como “un estado mental en el que [una persona] podría diseñar la mejor catedral del mundo, y saber que es la mejor, y regocijarse en el hecho, sin estar más (o menos) contenta por haberla hecho de lo que habría estado si la hubiera hecho otro”.1 La verdadera humildad significa que estás más preocupado por que Dios sea glorificado y menos por el nombre de quién aparece en ella.
Para crédito de David, él aprendió a ser humilde. No habría sido sorprendente que David hubiera perdido el interés en el templo después de que Dios le dijera que no sería él quien lo construyera; pero la humildad de David se demuestra en el hecho de que elaboró los planos, reunió los materiales y luego confió la tarea de construir el templo a su hijo (1 Crónicas 28:11-20).
La decepción y la puerta de la promesa
Cuando David se enfrentó a la decepción de una puerta cerrada, Dios le dio una maravillosa promesa: “El Señor te edificará una casa” (2 Samuel 7:11). Entonces Dios le explicó que no estaba hablando de poner ladrillos y cemento. Estaba haciendo una promesa sobre uno de los descendientes de David: “Cuando tus días se cumplan y reposes con tus padres, levantaré a tu descendiente después de ti, el cual saldrá de tus entrañas, y estableceré su reino” (7:12).
Dios prometió que levantaría un descendiente de David. Y de este vástago Dios dijo: “Él edificará casa a Mi nombre, y Yo estableceré el trono de su reino para siempre. Yo seré padre para él y él será hijo para Mí” (7:13-14).
¿Qué hijo de David cumpliría estas promesas? ¿Cómo podría durar el reinado de un rey para siempre? ¿Cómo podría un hijo de David ser el Hijo de Dios?
Una promesa aplazada
Dios permitió que Salomón cumpliera el sueño de David de construir el templo. Y cuando fue dedicado, la nube de la gloria de Dios descendió, llenando el edificio con Su presencia. Pero unos años más tarde Salomón murió, y en unos pocos cientos de años el templo de Salomón fue destruido.
A partir de la época de David, la historia bíblica gira en torno a la búsqueda de un hijo de David que construya un templo, cuyo trono dure para siempre y que sea el Hijo de Dios. El primer versículo del Nuevo Testamento nos presenta a Jesús como ese hijo prometido: “El libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David” (Mateo 1:1).
Lucas recoge el anuncio del ángel a María de que la promesa de Dios se cumpliría: “Concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de Su padre David” (Lucas 1:31-32).
Cuando Jesús comenzó Su ministerio y la gente vio Sus milagros, quedaron tan asombrados que dijeron: “¿Puede ser éste el Hijo de David?” (Mateo 12:23). Y cuando, tres años después, entró en Jerusalén, agitaban ramas de palma y gritaban: “¡Hosanna al Hijo de David!”. (Mateo 21:9).
El trono que permanecerá para siempre
Cuando el ángel Gabriel anunció el nacimiento de Jesús, dijo: “el Señor Dios le dará el trono de Su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32-33). Pero, ¿cómo puede durar un reino para siempre?
Jesús resucitó y ascendió al cielo. La muerte ya no tiene poder sobre Él. Como Rey de reyes, Jesús está sentado a la derecha del Padre, donde “debe reinar hasta que haya puesto a todos Sus enemigos debajo de Sus pies” (1 Corintios 15:25).
Jesucristo reinará por los siglos de los siglos (Apocalipsis 11:15) y ha prometido que Sus discípulos participarán en Su reinado. “Al vencedor (dijo Jesús), le concederé sentarse conmigo en Mi trono, como yo también vencí y me senté con Mi Padre en Su trono” (Apocalipsis 3:21).
Dios había prometido que un hijo de David construiría un templo y reinaría para siempre, y hemos visto cómo Jesús se identificó con estas grandes promesas. Pero la parte más notable de la promesa de Dios era que Dios mismo sería un Padre para el hijo de David. ¿Cómo podría un hijo de David ser descrito como el Hijo de Dios? La promesa de Dios de que el hijo de David sería Su propio hijo nos señala el mayor milagro de la Biblia.
Jesucristo, el Hijo de Dios
Jesús nació de María, que estaba comprometida con José, un descendiente de David (Mateo 1:16). Pero Jesús no nació como resultado de las relaciones sexuales entre María y José (1:25), fue concebido en el vientre de la virgen por un milagro creativo de Dios: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Jesús, el hijo de David, es el Hijo de Dios.
Cuando pensamos en un hijo, solemos pensar en alguien que nace veinte o treinta años después de su padre. Pero cuando la Biblia nos dice que Jesús es el Hijo de Dios, nos está diciendo que comparte la naturaleza de Su Padre, y la naturaleza de Dios es no tener principio. Nunca hubo un tiempo en que el Hijo de Dios no estuviera con el Padre: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).
El modo en que Dios se hizo hombre en Jesús es un misterio y, sin embargo, una vez que se comprende esta verdad, empieza a tener sentido todo lo demás. Dios se hizo hombre, El Hijo eterno se hizo carne. El que siempre ha estado junto al Padre se convirtió en un hijo de David, uniendo a Dios y al hombre.
Hijos de Dios
Cuando llegas a la fe en Jesús, el Hijo de Dios, el Padre te adopta en su familia: “a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre” (Juan 1:12).
Si estás luchando con la autoestima y la importancia, deja que la verdad de quién es Cristo y lo que hace por Su pueblo se hunda en el centro de tu ser. Jesús es el Hijo de Dios. La fe te une a Jesús, y a través de Él eres adoptado en la familia de Dios. Tu cuerpo es ahora un templo del Espíritu Santo, que vive en ti. Eres un hijo o una hija de Dios, y tu destino es disfrutar de Él para siempre. Lleva eso a tu día más ordinario o a tu hora más oscura. Mira el honor que Dios te ha concedido y deja que esto te eleve.
Esto es lo que descubrimos hoy:
El pueblo de Dios puede tener confianza en el futuro porque Jesucristo está en el trono. A través de Él somos reconciliados con el Padre y nos convertimos en miembros de Su familia. Cristo tiene muchos enemigos, pero todos serán puestos bajo sus pies (Salmo 110:1). Y el destino del pueblo de Dios es disfrutar de la bendición de Su reinado y gobierno para siempre.
Nota:
1 C. S. Lewis, Las cartas del diablo a su sobrino (Nueva York: Macmillan, 1942), 73.