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Malaquías 4:1–6

1 «Porque viene el día, ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen el mal serán como paja; y el día que va a venir les prenderá fuego», dice el Señor de los ejércitos, «que no les dejará ni raíz ni rama. Pero para ustedes que temen Mi nombre, se levantará el sol de justicia con la salud en sus alas; y saldrán y saltarán como terneros del establo. Y ustedes pisotearán a los impíos, pues ellos serán ceniza bajo las plantas de sus pies el día en que Yo actúe», dice el Señor de los ejércitos.

«Acuérdense de la ley de Mi siervo Moisés, de los estatutos y las ordenanzas que Yo le di en Horeb para todo Israel. Yo les envío al profeta Elías antes que venga el día del Señordía grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que Yo venga y hiera la tierra con maldición».

(NBLA)

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Malaquías fue el último de los profetas del Antiguo Testamento. Habló la Palabra de Dios en la época de Nehemías, cuando una pequeña comunidad reconstruía Jerusalén. Mil seiscientos años después de la época de Abraham, nuestro problema humano no había cambiado, y el pueblo de Dios seguía esperando que se cumpliera Su promesa. Después de Malaquías, no ocurrió nada significativo en la historia de la Biblia durante cuatrocientos años.

Al llegar al final del Antiguo Testamento, vale la pena preguntarse lo siguiente: ¿En qué punto se encuentra la relación entre Dios y Su pueblo después de todos estos años? Malaquías no nos da una respuesta alentadora.

Separados de Dios

El libro de Malaquías sigue un patrón de resistencia a Dios. 

Dios comienza afirmando Su amor: “Yo los he amado’, dice el SEÑOR” (Malaquías 1:2). Pero el pueblo de Dios se cruza de brazos en señal de desafío: “¿En qué nos has amado?” (1:2).

Luego Dios se dirige a los sacerdotes que desprecian Su nombre, pero ellos dicen: “¿En qué hemos despreciado Tu nombre?” (1:6).

Luego Dios plantea el tema de los diezmos. “¿Robará el hombre a Dios? Pues ustedes me han robado” (3:8). Pero el pueblo de Dios responde: “¿En qué Te hemos robado?” (3:8).

Entonces Dios acusa a Su pueblo de hablar de él con dureza. “Las palabras de ustedes han sido duras contra Mí” (3:13). Pero con fingida inocencia preguntan: “¿Qué hemos hablado contra Ti?” (3:13).

Esta discusión no lleva a ninguna parte, y el patrón se repite a lo largo del libro: negación, negación, negación. Cuando Dios plantea la cuestión del arrepentimiento — “Vuelvan a mí, y yo volveré a ustedes”, dice el Señor de los ejércitos” (3:7)— la respuesta tiene una nota de desafío: “¿Cómo hemos de volver?” (3:7).

Las relaciones se restablecen cuando se sacan a la luz los problemas que han causado la ofensa y se tratan con honestidad. Pero cuando Dios se acercó para reconciliarse con Su pueblo, ellos estaban negando el problema.

Conflicto humano

Además de estar alejados de Dios, el Antiguo Testamento termina con personas en conflicto entre sí. En el jardín, Adán y Eva disfrutaban de una hermosa relación en la que su amor mutuo era un espejo del amor de Dios por ellos.

Estaban a gusto juntos, y su confianza en el otro era total, pero el conocimiento del mal cambió todo eso. Adán culpó a su mujer de lo que había sucedido y, por primera vez, surgió la sospecha entre el hombre y la mujer. El conocimiento del mal trajo el distanciamiento al primer matrimonio.

Nadie imagina el día de su boda que acabará divorciado. Pero en la época de Malaquías, como en la nuestra, los matrimonios se rompían: “Porque el SEÑOR ha sido testigo entre tú y la mujer de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente, aunque ella es tu compañera y la mujer de tu pacto” (2:14).

La historia del Antiguo Testamento comenzó con un hombre y una mujer compartiendo la alegría de una vida perfecta en el jardín, y termina con hombres y mujeres incapaces de mantener una relación de fidelidad y amor.

El distanciamiento que comenzó con la ruptura de la confianza en un matrimonio condujo a un mundo de conflictos en el que las familias, las comunidades y las naciones están desgarradas.

Bajo una maldición

Como si la separación de Dios y el distanciamiento de los demás no fueran suficientes, una terrible maldición pende sobre cada persona que nace en el mundo.

La maldición de Dios sobre el mal impregna el libro de Malaquías: “Enviaré sobre ustedes maldición y maldeciré sus bendiciones” (2:2). “Con maldición están malditos, porque ustedes, la nación entera, me están robando” (3:9).

El último verso del Antiguo Testamento termina con una maldición: “Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que Yo venga y hiera la tierra con maldición” (4:6).

Así, al final del Antiguo Testamento, no se ha hecho ningún progreso en el tratamiento de nuestro problema de separación de Dios, nuestro conflicto con los demás, o la terrible maldición que pende sobre todos nosotros. 

La promesa incumplida

El problema del pecado impregna el Antiguo Testamento, pero el corazón de la historia bíblica late con una promesa. Cuando el pecado entró en el mundo, Dios prometió que alguien, nacido de una mujer, destruiría al malvado y todas sus obras (Génesis 3:15).

Dios envió a Malaquías, para recordar a Su pueblo no sólo el problema, sino también la promesa: “se levantará el sol de justicia con la salud en sus alas; y saldrán y saltarán como terneros del establo” (Malaquías 4:2).

Llegará el día en que todas las heridas del pueblo de Dios serán curadas, y experimentarán la libertad que disfrutan los terneros cuando son liberados. Pero al final del Antiguo Testamento, seguimos esperando que se cumpla esta promesa.

Tiempo para el intermedio

Si la Biblia se presentara como un drama, se desarrollaría en dos partes, como una obra en dos actos. El Antiguo Testamento es el primer acto, y cuando llega a su fin, estamos listos para un intermedio antes de volver a ver lo que sucede en el segundo acto. 

Mientras salimos al vestíbulo para reflexionar sobre el primer acto, la gente habla de lo que ha visto:

“Algunas cosas fueron un poco pesadas”, dice un hombre grande mientras enciende su pipa.

“Algunas me dieron ganas de llorar”, dice una señora con una copa de vino en la mano.

“Espero que el segundo acto tenga un final más feliz que éste”, añade un tercero.

“Pues debe tenerlo”, dice otra persona. “Durante todo el camino ha habido promesas y señalamientos; algo bueno va a pasar”.

“Bueno, sea lo que sea, todavía no ha ocurrido”, dice un hombre que está claramente frustrado. “No ha pasado nada en todo el primer acto que haya abordado el problema básico”.

“¿Qué quieres decir con que no ha pasado nada?”, interviene su mujer. “Hemos tenido la ley, y los sacrificios. Hemos tenido reyes y sacerdotes. Hemos visto la nube de la presencia de Dios en el templo…”

“¿Y qué?”, replica el hombre frustrado. “El problema principal no está resuelto. Siguen separados, siguen en conflicto y siguen bajo la maldición”.

Suena la campana que indica el final del intermedio y todos vuelven a sus asientos en el teatro para el segundo acto.

No te pierdas el segundo acto.

Cuando uno llega al final del Antiguo Testamento, con sus leyes, sacerdotes y sacrificios, se queda preguntando: “¿Quién puede acabar con nuestro alejamiento de Dios, cambiar nuestros corazones y eliminar la terrible maldición?”. El Nuevo Testamento responde a esta pregunta. 

Jesucristo vino al mundo para reconciliarnos con Dios: “Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).

Jesús vino a reconciliarnos: “Porque Él mismo es nuestra paz, y de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (Efesios 2:14). Y Jesús vino a liberarnos de la maldición al “hacerse maldición por nosotros” (Gálatas 3:13). 

Pero si nuestra esperanza sólo se encuentra en Jesús, ¿qué sentido tiene el Antiguo Testamento? Bien entendido, el Antiguo Testamento nos prepara para reconocer a Jesús como el Salvador que necesitamos y para recibirlo con fe. 

A través del Antiguo Testamento, Dios nos dice 

  1. quién es Él y quiénes somos nosotros, 
  2. cuál es nuestro problema más profundo, 
  3. quién es Jesús, 
  4. lo que Él va a realizar, y
  5. lo que ofrece a todos los que creen en Él.

Así que repasemos lo que hemos obtenido en nuestro viaje por el Antiguo Testamento. 

Dios es el Creador y dueño de todo. Tu vida es un regalo de Sus manos (sesión 1), y fuiste hecho para disfrutar y adorarle para siempre (sesión 16). El Dios que te hizo es santo (sesión 20), y tu problema más profundo es que naciste en un mundo que está bajo una maldición (sesión 2), plagado del conocimiento del mal y excluido de la presencia de Dios. 

La inclinación a amarte a ti mismo más que a Dios y a cuidarte más que a los demás está muy dentro de ti y hace que rompas la ley de Dios y peques contra Él (sesiones 7; 17). Necesitas un Salvador, y Jesús es el Salvador que necesitas. 

Él es la gloria de Dios que vino a este mundo ajeno (sesiones 25; 27). Él es el verdadero templo en el que la presencia de Dios ha descendido entre nosotros (sesión 15). Es el Siervo que hace la voluntad de Dios (sesión 21). Es el hombre que sufrió en este mundo de lágrimas (sesión 24). Es el Buen Pastor que dio su vida por sus ovejas (sesión 26). Es nuestro profeta, nuestro sacerdote y nuestro rey (sesiones 14; 9; 12).

En Su vida, cumplió la justicia que Dios exige de nosotros (sesión 18). Al entregar esa vida perfecta, llevó el juicio que nos correspondía (sesión 4), haciendo expiación mediante el derramamiento de Su sangre (sesiones 8; 6). Él cumple la promesa dada a Abraham (sesión 5), y reinará en el trono de David para siempre (sesión 13).

Jesús está dispuesto a perdonar tus pecados y a reconciliarte con Dios. Él es el Libertador que puede liberarte (sesión 11). Él es capaz de cambiar tu corazón (sesión 23), y puede darte nuevo valor, esperanza y alegría (sesiones 10, 28, 19). En el amor Él está llamando (sesiones 22), ofreciendo esta salvación gratuitamente (sesión 3).

El Antiguo Testamento, bien entendido, te llevará a la fe en Jesús. ¿Estás preparado para recibirlo?

Esto es lo que descubrimos hoy:

Sería fácil hacerse la idea de que todas las religiones conducen a Dios, pero el Antiguo Testamento enseña lo contrario. Ninguna religión puede llevarnos a Dios, ni siquiera la propia religión del Antiguo Testamento. Todo el Antiguo Testamento fue dado para mostrarnos por qué necesitamos a Jesús y para prepararnos para Su venida. Dios destruye todas las falsas esperanzas para que podamos encontrar nuestra verdadera esperanza en Su Hijo, que vino a tratar el problema del pecado y a cumplir la promesa de Dios.

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Analiza las siguientes preguntas con otra persona o úsalas para profundizar en la Palabra de Dios.
  1. Si estuvieras en el vestíbulo al final del acto 1, ¿qué estarías diciendo?
  2. El Antiguo Testamento termina con personas alejadas de Dios. ¿Ha habido algún momento en el que te hayas sentido lejos de Dios?
  3. ¿Cuándo has experimentado un conflicto con los demás? ¿Por qué crees que los conflictos humanos son tan frecuentes?
  4. ¿Cuáles eran algunas de las limitaciones de la religión en el Antiguo Testamento?
  5. ¿Crees que Jesús es capaz de reconciliarte con Dios y traerte la paz? ¿Por qué sí o por qué no?
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