Imagina una sociedad comercial en la que tuvieras que llamar constantemente a tu socio para preguntarle si todavía quiere trabajar contigo. O imagina un matrimonio en el que no supieras con certeza si tu cónyuge te quiere. Cualquiera de las dos relaciones puede ser soportada; ninguna podría ser disfrutada.
Dios quiere que disfrutes de tu relación con Él, y eso significa que quiere que estés seguro en ella. Pero hay tres preguntas que matan el gozo que a menudo surgen en la mente de un cristiano. Si quieres disfrutar de tu relación con Dios, necesitas saber cómo responderlas. Y las respuestas se encuentran en Romanos 5.
1. ¿Por qué me pasa esto?
La Biblia me dice que tengo paz con Dios, pero si eso es cierto, entonces ¿por qué tengo tantos problemas en mi vida? Cuando enfrentas un problema de salud, un problema familiar, o alguna otra desilusión en la vida, puedes preguntarte por qué Dios permitiría que te sucediera algo así.
Dios utilizará las cosas más difíciles de tu vida para lograr algo de gran valor: “nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza” (Romanos 5:3-4). Dios puede usar lo que es doloroso en tu vida para hacerte más parecido a Jesús.
Dios nunca ha prometido una vida sin problemas. Jesús dijo: “En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Los problemas en tu vida no significan que Dios está en contra tuya. Dios está a nuestro favor en Cristo: “El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
Saber esto te permitirá perseverar incluso en los días más duros de tu vida. Puede que mires a Dios a través de tus lágrimas, pero podrás hacerlo con esperanza. Y tu esperanza no se verá defraudada.
2. ¿Le importa realmente a Dios?
Pablo nos dice que “Dios demuestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Pero, ¿cómo muestra la muerte de Jesús el amor de Dios?
Hay muchas cosas que Dios podría darnos que podrían parecer una mejor expresión de Su amor. Si la Biblia dijera: “Dios muestra Su amor por nosotros en esto, en que nos dio una cura para el cáncer”, lo reconoceríamos como una expresión de Su amor. ¿Pero cómo es que la muerte de Jesús en una cruz es una demostración del amor de Dios?
Imagina a una pareja sentada en un coche en una noche de luna cerca de las cataratas del Niágara. Él le pasa el brazo por el hombro y le susurra al oído: “Te amo”. Ella le mira con desconfianza. “¿De verdad? A veces me lo pregunto”.
“Muy bien”, dice él, “te lo demostraré”. Y con eso, sale del coche, camina hasta el borde, y con un enorme salto, se lanza por el lado. Mientras cae en el abismo, grita: “Te amo… . .” Puede ser una experiencia inolvidable, pero no es una demostración de amor. La muerte del hombre no consigue nada para la mujer.
La muerte de Jesús es una expresión de amor porque logra algo de valor infinito para nosotros: a través de la muerte de Jesús, la deuda de nuestro pecado fue pagada y la ira de Dios fue agotada.
Dios ha demostrado Su amor por nosotros al dar el mayor regalo en el momento de nuestra mayor necesidad. Así que cuando tengas la tentación de preguntarte si Dios realmente te ama, no mires las circunstancias de tu vida, mira la cruz y asimila lo que Jesús ha logrado por ti.
3. ¿Cómo puedo estar seguro de que llegaré al cielo?
Imagina que has planeado el viaje de tu vida. Los boletos están reservados, tu pasaporte está revisado, y las reservaciones están hechas. Todo lo que necesitas hacer es llegar al aeropuerto, pero hay muchas cosas que pueden salir mal: podrías enfermarte la noche antes de partir, podrías romperte una pierna al bajar las escaleras. No hace falta mucha imaginación para multiplicar los escenarios que podrían ocurrir.
Cuando estamos justificados, tenemos paz con Dios. ¿Pero qué pasa si nos equivocamos? Tal vez sepas lo que es decirse a sí mismo: “¡No estoy seguro de poder mantener esta vida cristiana! ¿Y si las tentaciones a las que me enfrento son demasiado fuertes para mí? ¿Y si algo hace volar mi fe por los aires?”.
La respuesta a estas preguntas es que “habiendo sido ahora justificados por Su sangre” (Romanos 5:9). Dios nos justifica mediante la sangre de Jesús derramada en la cruz. La paz con Dios no se basa en nada en ti, se basa en algo completamente fuera de ti: la sangre de Jesús. Esta es la base de tu seguridad, y si puedes comprender su significado, te ayudará a regocijarte en Dios.
La confianza en el lugar correcto
Si te preguntaran cómo sabes que estarás en el cielo en el último día, ¿cómo responderías? Aquí hay tres respuestas comunes pero inadecuadas:
Pregunta: ¿Cómo sabes que estarás en el cielo en el último día?
Respuesta: Yo amo a Jesús.
Eso es estupendo, pero la prueba de que amamos a Jesús es que guardamos Sus mandamientos (Juan 14:15), y el hecho de que no obedezcamos plenamente Sus mandamientos muestra que tampoco lo amamos plenamente.
Nuestro amor por Cristo es real, pero está mezclado con una gran cantidad de amor por nosotros mismos. Si bien es cierto que amamos a Cristo, nuestro amor por Él no es motivo de confianza cuando estemos en Su presencia en el último día.
Respuesta: Yo he hecho un compromiso.
Eso es maravilloso. ¿Pero qué sucede si tu compromiso de servir a Cristo flaquea? ¿Qué pasa si dentro de diez años tu entusiasmo disminuye? ¿Significa eso que tus posibilidades de entrar en el cielo también disminuirán?
Las personas que piensan que su actividad o entusiasmo por Cristo es la base para entrar en el cielo, pronto se encuentran bajo una gran carga. Hagas lo que hagas, tu nivel de compromiso siempre podría ser mayor, y los creyentes que dependen de su propio compromiso están en el camino del agotamiento espiritual.
Respuesta: Yo tengo fe.
Eso es maravilloso. Pero, ¿hasta qué punto es fuerte tu fe? ¿No hay momentos en los que luchas con la duda? No caigas en el error de poner la fe en tu propia fe, en lugar de la fe en Cristo. La fe de nadie está libre de preguntas, ansiedades, dudas o temores. Si confías en tu fe, nunca estarás seguro de que tu fe es suficiente.
¿Notaste el factor común en estas tres respuestas inadecuadas? Todas comienzan con la pequeña y fatal palabra “yo“: yo estoy comprometido, yo tengo fe. Y el problema con todo lo que comienza con “yo” es que nunca está completo, nunca es lo que podría ser, y nunca es lo que debería ser.
La obra de Dios en nosotros ha comenzado, pero aún no está completa. Así que mientras es maravillosamente cierto que amamos a Jesús, estamos comprometidos a servir a Jesús, y tenemos fe en Jesús, ninguna de estas cosas es lo que podría ser o lo que, un día, será. Nuestra fe, servicio y amor por Cristo son todavía un trabajo en progreso.
Ninguno de nosotros es todavía lo que será, y es por eso que nunca podemos encontrar confianza ante Dios a través de nada en nosotros mismos. Sólo hay una base sólida de seguridad: Estamos “justificados por Su sangre” (Romanos 5:9).
Después de nuestra primera Navidad en este país, nuestra familia hizo un viaje a Wisconsin. Llegamos hasta Fond du Lac, donde nos detuvimos junto al lago para echar un vistazo. Nunca habíamos pasado tanto frío.
Nuestros hijos, que entonces sólo tenían diez y ocho años, dijeron: “Papá, ¿podemos ir al hielo?”. Los padres saben que cuando no se piensa se da la respuesta en automático. En Gran Bretaña hace frío, pero no tanto, y por eso, donde hay hielo, suele ser fino, así que dije: “Sí, pero ve con cuidado”.
Imagínate que nos aventuramos en el hielo, tanteando el terreno, avanzando nerviosamente, cuando de repente se oyó el rugido de un motor, y un vehículo que transportaba al menos seis estudiantes de secundaria salió gritando sobre el lago. Creo que nunca me había sentido tan tonto.
Salimos al hielo con muy poca confianza, pero estábamos completamente a salvo. El hielo sobre el que estábamos era sólido como una roca y nuestra seguridad no dependía de la fuerza de nuestra “fe”, sino de la fuerza del hielo sobre el que estábamos.
No nos salvamos por la fuerza de nuestra fe, sino por la fuerza de nuestro Salvador.
Esto es lo que descubrimos hoy:
Si quieres cultivar la seguridad y la alegría en Dios, la pregunta que deberías hacerte no es “¿Qué tan fuerte es mi fe?” sino “¿Qué tan fuerte es mi Salvador?” ¿Es la sangre de Jesucristo lo suficientemente rica y fuerte para lavar cada uno de mis pecados y cubrir cada una de mis debilidades, fracasos e insuficiencias desde este momento hasta el día en que llegue a la presencia de Dios? La respuesta a esa pregunta es “Sí, absolutamente; sin duda alguna”.