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Hechos 1:1–11

1 En el primer relato, estimado Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba en el cielo, después de que por el Espíritu Santo Él había dado instrucciones a los apóstoles que había escogido. A estos también, después de Su padecimiento, se presentó vivo con muchas pruebas convincentes, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles de lo relacionado con el reino de Dios.

Y reuniéndolos, les mandó que no salieran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre: «La cual», les dijo«oyeron de Mí; porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días».

Entonces los que estaban reunidos, le preguntaban: «Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?». Jesús les contestó: «No les corresponde a ustedes saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad; pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».

Después de haber dicho estas cosas, fue elevado mientras ellos miraban, y una nube lo recibió y lo ocultó de sus ojos. 10 Mientras Jesús ascendía, estando ellos mirando fijamente al cielo, se les presentaron dos hombres en vestiduras blancas, 11 que les dijeron: «Varones galileos, ¿por qué están mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de ustedes al cielo, vendrá de la misma manera, tal como lo han visto ir al cielo».

(NBLA)

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Cuarenta días después de la resurrección, Jesús ascendió al cielo y los discípulos lo vieron partir. Lucas relata la escena en la que Jesús se despidió de Sus discípulos: “Entonces Jesús los condujo fuera de la ciudad, hasta cerca de Betania, y alzando Sus manos, los bendijo. Y aconteció que mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de adorar a Jesús, regresaron a Jerusalén con gran gozo” (Lucas 24:50-52, cursiva añadida). ¿Por qué “gran gozo”?

Nunca es fácil decir adiós. Recuerdo que me costó mucho despedirme de mis padres en el aeropuerto de Glasgow. Estábamos bien preparados y todo el mundo estaba de acuerdo en que nuestro traslado de Gran Bretaña a Estados Unidos era lo correcto, pero estábamos dejando nuestro país de origen, y por muy bien preparado que estés para decir adiós, nunca es fácil cuando llega el momento.

Si nuestra familia y amigos hubieran organizado una fiesta cuando partió nuestro avión, lo habríamos encontrado bastante extraño. Entonces, ¿qué debemos pensar de la alegría de los discípulos cuando Jesús les dejó?

La alegría de los discípulos es aún más extraña cuando recordamos lo horrorizados que estaban cuando Jesús había hablado de irse durante la Última Cena. Algo debió ocurrir para que lo que antes temían se convirtiera en un motivo de celebración. Nuestro objetivo en esta sesión es descubrir qué fue.

Levantado en las nubes

Lucas relata que cuando Jesús “fue elevado… una nube lo recibió y lo ocultó de sus ojos” (Hechos 1:9). Cuando Lucas nos habla de una nube, ¡no está dando un informe sobre las condiciones meteorológicas en Jerusalén! Cuando el pueblo de Dios estaba en el desierto, Él se reveló en una columna de nube. Asimismo, en tiempos de Salomón, la nube de la presencia de Dios descendió y llenó el templo (1 Reyes 8:10-13). Cuando los discípulos vieron la gloria de Jesús en la transfiguración, oyeron la voz de Dios que hablaba desde una nube: “Este es mi Hijo amado; oigan a Él” (Marcos 9:7).

Ahora Lucas nos dice: “fue elevado mientras ellos miraban, y una nube lo recibió y lo ocultó de sus ojos” (Hechos 1:9). ¿Puede haber algo más claro que esto? Jesús había venido del Padre, y ahora, habiendo terminado Su obra, regresaba a Su Padre en el cielo.

Adán fue expulsado del jardín, y todos sus hijos fueron alejados de Dios, pero Cristo fue recibido en el cielo, y todos Sus hijos serán reconciliados con Dios. El primer Adán nos llevó a todos fuera, el último Adán nos lleva a todos hacia adentro. Por eso los discípulos volvieron a Jerusalén con alegría.

Un abogado en el cielo

Cuando Cristo ascendió al cielo, los discípulos sabían que estaba exactamente donde lo necesitaban.

Supongamos que estás en prisión por un cargo que conlleva la pena de muerte si eres condenado. Necesitas un buen abogado, el mejor que puedas conseguir.

Encuentras un buen abogado, y cuando lo conoces, descubres que no sólo es un abogado experto, sino también un hombre de gran compasión. Sus visitas a tu celda te reconfortan y, a medida que creas una relación, descubres que puedes hablar con él de las dificultades de tu vida.

Esto es de gran valor, pero lo que más necesitas de tu abogado no es tu comodidad en la celda, lo que necesitas es que te defienda en la sala del tribunal.

Nuestra mayor necesidad, como pecadores, no es la comodidad en la tierra, sino la defensa en el cielo. Necesitamos un abogado que defienda nuestro caso, y “tenemos abogado para con el Padre, Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).

El acusador

Imagina que estás en la sala del tribunal del cielo. Satanás, tu acusador, tiene un caso que presentar contra ti. La sala está llena de ángeles, que se levantan mientras Dios ocupa Su lugar como juez; tu acusador toma sus papeles y comienza a caminar alrededor de la corte mientras presenta su caso. El resumen es que eres culpable de pecado y que debes ser condenado.

Comienza diciendo que has nacido en pecado y que tu naturaleza es corrupta. Luego procede a acusarte de pecados particulares que cometiste cuando eras joven. Sigue la historia de tu vida, identificando momentos de cobardía, complacencia, orgullo, mezquindad y avaricia. Te encoges mientras escuchas, abrumado por la sensación de tu propia vergüenza.

Por último, el acusador concluye su argumento señalando que, aunque profesabas ser un creyente en Cristo, tu fe era a menudo débil y tenías muchas dudas. Su argumento es convincente, y tú temes ser condenado.

Entonces Jesús se adelanta. Toma Su escrito en la mano y comienza a argumentar en tu defensa: “Mi cliente admite que todas las palabras de la acusación son ciertas. No impugnamos ninguno de los cargos, ni alegamos ninguna circunstancia atenuante. Mi cliente es culpable de los cargos”. Pero, mientras levanta Sus manos llenas de clavos, dice: “Tengo aquí un perdón completo comprado con Mi propia sangre”. 

El acusador no tiene respuesta a esto, todo su caso contra ti se desmorona y es desechado. Nuestra defensa es que Jesucristo ha muerto por nuestros pecados, ya han sido juzgados en la cruz, y una vez que una acusación ha sido tratada, no puede ser traída de nuevo. “¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34).

La obra continua de Jesús

Cualquiera que haya perdido a un ser querido sabe que las últimas impresiones causan un gran impacto, recordamos a las personas como las vimos por última vez. La última vez que los discípulos vieron a Jesús fue con Sus manos levantadas para bendecirlos: “Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado arriba al cielo” (Lucas 24:51).

La ascensión nos habla tanto de la obra completada como de la obra continua de Jesús. Él ha completado la obra de ofrecerse a Sí mismo como sacrificio por el pecado, no hay más sacrificio que ofrecer, no hay más expiación que hacer, no hay nada más que hacer para aplacar la ira de Dios y liberar el perdón a Su pueblo. Ese trabajo está completo, esa obra está terminada.

Pero Jesús también tiene una obra que continúa. Mientras está sentado a la diestra del Padre, continúa lo que estaba haciendo cuando ascendió, derramando bendición sobre Su pueblo. “Vive siempre para interceder” por nosotros (Hebreos 7:25), y esta obra continuará hasta que Él regrese.

La promesa de Su presencia

Jesús ascendió al cielo, pero seguía estando con Sus discípulos por medio del Espíritu Santo. A esto se refería Cristo cuando dijo: “les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, se lo enviaré” (Juan 16:7; véase también Hechos 1:4-5).

Nuestro Señor Jesucristo está a la diestra del Padre y, al mismo tiempo, está presente en los corazones de los creyentes por el Espíritu Santo. El Hijo de Dios nos representa ante el Padre, y el Espíritu de Dios representa al Padre y al Hijo ante nosotros.

Aunque nunca hayamos visto a Jesús, Su presencia con nosotros a través del Espíritu Santo es tan real como cuando caminaba con los discípulos. Cristo nos llama a “ir… y hacer discípulos” (Mateo 28:19). Debemos ser Sus “testigos… hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8) y mientras vamos en su nombre, Jesús dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

La promesa de Su regreso

Cuando Jesús ascendió, aparecieron dos figuras angélicas que dijeron a los discípulos: “Varones galileos, ¿por qué están mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de ustedes al cielo, vendrá de la misma manera, tal como lo han visto ir al cielo” (Hechos 1:11).

Dios ha prometido que, al igual que Jesús fue arrebatado a la nube, cuando vuelva, nosotros seremos arrebatados para encontrarnos con Él en el aire (1 Tesalonicenses 4:17). Lo que le ocurrió a Jesús en Su ascensión nos ocurrirá a nosotros cuando venga en gloria.

Los cristianos siguen esperando el gran día en que Cristo vendrá de nuevo. Cada cristiano será parte de ese día, incluyendo aquellos que ya han muerto. Los que ya están con el Señor y los que estén vivos cuando Él venga, estarán con el Señor para siempre. 

Esto es lo que descubrimos hoy:

Como creyente, puedes tener una gran alegría hoy, sabiendo que tu Señor ascendido está a la diestra del Padre y que Sus manos están levantadas en bendición sobre ti. A través del Espíritu Santo, Su presencia está siempre contigo, dándote poder para hacer todo lo que Él te llama a hacer, y cuando Él venga de nuevo, te llevará a Su presencia para siempre.

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Analiza las siguientes preguntas con otra persona o úsalas para profundizar en la Palabra de Dios.
  1. ¿Cuándo has tenido una despedida difícil? ¿Qué lo hizo tan difícil?
  2. ¿Por qué los discípulos se alegraron cuando Jesús los dejó?
  3. Responde a la afirmación: "Nuestra mayor necesidad, como pecadores, no es el consuelo en la tierra, sino la defensa en el cielo".
  4. Al pensar en estar en la sala del cielo, ¿cuál sería tu defensa?
  5. ¿A qué apunta la ascensión de Jesús?
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