LOS DISCÍPULOS volvieron a Jerusalén reflexionando sobre todo lo que habían vivido y anticipando todo lo que les esperaba. Jesús les había dicho que esperaran en Jerusalén hasta que recibieran el don prometido del Espíritu Santo. “Juan bautizó con agua”, dijo, “pero dentro de unos días serán bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1:5).
La palabra bautizar significa literalmente “sumergir” o “empapar”. En la iglesia primitiva, los creyentes eran bautizados en ríos. Se les sumergía bajo el agua o se les derramaba agua sobre la cabeza.
Jesús dijo que el bautismo debía darse “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). El bautismo es una imagen de la vida cristiana, que consiste en ser empapado en el Padre, sumergido en el Hijo e impregnado por el Espíritu.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo permean en cada parte de la vida del creyente. No se puede separar uno de los otros. El Espíritu te atrae al Hijo. El Hijo te lleva al Padre. El Padre y el Hijo derraman el Espíritu en tu corazón. Nadie puede conocer al Padre aparte del Hijo, y nadie puede llegar al Hijo si no es por el Espíritu.
Respondiendo a un misterio
La Biblia deja claro que hay un solo Dios y que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. No podemos comprender la naturaleza de Dios, y eso no es sorprendente. Supongo que los peces tienen una comprensión muy limitada de la naturaleza humana, y del mismo modo, está más allá del alcance del ingenio humano averiguar la naturaleza de Dios.
La naturaleza de Dios puede ser un misterio, pero no es una contradicción. Sería una contradicción si los cristianos creyeran que hay un Dios y que hay tres dioses. Pero decir que hay un Dios que existe en tres personas no es una contradicción; es un misterio.
La manera de responder a este misterio es dejar que te lleve a la adoración. Nunca podrás descifrar el misterio de la naturaleza de Dios, pero puedes contemplar con asombro el insondable esplendor del único Dios eterno que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El ministerio del Espíritu
Jesús dijo a sus discípulos que después de ascender al cielo, Su presencia estaría con ellos por medio del Espíritu Santo. La nueva situación ofrecía una maravillosa ventaja: la presencia de Jesús estaría ahora con cada uno de Sus discípulos en todo momento y en todo lugar. A esto se refería Jesús cuando dijo: “les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, lo enviaré” (Juan 16:7).
Jesús dijo a sus discípulos que el Espíritu Santo estaría “con” ellos y “en” ellos (Juan 14:17). Estas descripciones son importantes. La palabra “con” habla de compañía. El Espíritu Santo es una persona igual que tú eres una persona. Hay dos identidades distintas aquí, y nunca debemos confundirlas. Una persona que no distingue entre sí misma y el Espíritu Santo está en el camino del fanatismo y el engaño.
Más que un mentor
Pero Jesús también dijo que el Espíritu Santo estaría “en” Sus discípulos. El Espíritu Santo es más que un mentor que nos muestra lo que debemos hacer. Si queremos vivir la vida cristiana, necesitamos algo más que consejos y ánimos. Necesitamos la presencia y el poder de Dios para que actúe en nosotros.
El ministerio del Espíritu Santo va más allá del trabajo de un pastor, un amigo, un entrenador o un consejero que puede ser capaz de dar claridad sobre los problemas y sugerir posibles formas de avanzar. El Espíritu Santo trabaja en nosotros. Él es capaz de tocar los lugares profundos de tu alma, renovando tu mente, redirigiendo los afectos del corazón, moldeando y remodelando la voluntad, limpiando la imaginación y sanando la memoria.
El Espíritu Santo puede crear en ti nuevos deseos de seguir a Cristo, no por un sentido del deber, sino desde un corazón hambriento y sediento de justicia. Él puede darte el poder de vivir una nueva vida para la gloria de Dios.
Firmado, sellado y entregado
Mediante Su muerte y resurrección, Jesús ha abierto el camino para que hombres y mujeres pecadores se reconcilien con Dios y entren en la vida eterna. Esta es la promesa de Dios. Ha sido firmada por el Padre y sellada por la sangre de Cristo. Pero lo que ha sido firmado y sellado todavía tiene que ser entregado.
Hoy, el Espíritu Santo toma lo que Jesús ha logrado en la cruz y lo aplica personalmente a nosotros. Toma lo que Cristo ha hecho posible para todas las personas y lo hace realidad para ti (Juan 15:26, 16:14).
Si el Hijo de Dios no hubiera venido, no podrías salvarte. Si el Espíritu de Dios no hubiera venido, no te salvarías. Sin la obra del Espíritu Santo, la salvación seguiría siendo una posibilidad para todos nosotros, pero nunca sería una realidad para ninguno de nosotros. Si no existiera el Espíritu Santo, nadie llegaría al cielo, y todo lo que Jesús logró en la cruz sería como un regalo que se compró pero nunca se recibió.
La vista desde el sexto valle
Los discípulos habían experimentado el poder y la presencia del Espíritu Santo cuando Jesús los había enviado al ministerio. Pero el Espíritu Santo aún no había sido entregado (Juan 7:39). Jesús dijo a los discípulos que esperaran en Jerusalén el don que el Padre había prometido y del que Jesús había hablado.
No tuvieron que esperar mucho tiempo. Justo diez días después de que Jesús ascendiera al cielo, y cincuenta días después de la resurrección, hubo una fiesta llamada Pentecostés. La historia de lo que ocurrió ese día nos lleva al comienzo de toda una nueva clase de montañas.