A LA GENTE buena le pasan cosas malas. A veces, cosas terribles le suceden a personas maravillosas, y Dios permite que así sea.
Tal vez hayas pensado que si persigues una vida piadosa, puedes esperar que Dios te guarde de un sufrimiento significativo en tu vida. Pero no hay tal trato sobre la mesa. La fe cristiana no nos hace inmunes contra el sufrimiento en un mundo caído.
La persona más grande y piadosa que jamás haya existido sufrió más que ninguna otra. Fue rechazado por Su familia. Lloró junto a la tumba de uno de sus amigos más queridos. Fue traicionado, sufrió la injusticia y fue crucificado. Nos llama a seguir sus pasos, y nos dice claramente: “En este mundo tendrán problemas” (Juan 16:33). Dios nunca prometió un camino libre de dolor hacia el cielo.
Falsas afirmaciones y expectativas
Desde sus primeros días, la iglesia se ha visto perturbada por maestros que ofrecen más de lo que Dios ha prometido. Describen la experiencia cristiana como montañas sin valles, pero un mensaje que ignora los valles no es lo suficientemente grande para la vida. Crea falsas expectativas, y no tiene nada que decir a un mundo que sufre.
Todo cristiano camina por el valle del sufrimiento. Su sufrimiento puede implicar dolor físico, pérdida, estrés, enfermedad, traición, decepción, injusticia o incluso abuso. Los creyentes han enfrentado todo esto en el valle del sufrimiento. Pablo habla de problemas, dificultades, persecución, hambre, desnudez, peligro y espada (Romanos 8:35). Y cuando caminas por tu valle, necesitas saber lo que Dios dice sobre tu experiencia.
El sufrimiento tiene significado
Lo primero que Dios quiere que sepas sobre el sufrimiento es que no carece de sentido. “Sabiendo”, escribe Pablo, “que la tribulación produce paciencia” (Romanos 5:3). Nuestros problemas “producen un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación” (2 Corintios 4:17). El sufrimiento produce algo. Produce. Genera. Nuestro primer instinto en el dolor es sentir que es inútil, pero Dios nos dice que nunca lo es.
Piensa en cómo se planta un tubérculo. Haces un agujero en la tierra, lo colocas ahí y luego lo cubres con tierra y abono. Imagina el proceso desde la perspectiva del tubérculo. Si pudiera hablar, diría: “Me han tapado, estoy rodeado de tierra, no puedo ver la luz del día”. Pero el tubérculo tiene vida. Esa vida presiona hacia la luz, y la suciedad que lo enterró acaba contribuyendo a su crecimiento.
Tu fe se verá afectada por muchas experiencias dolorosas, pero la verdadera fe es como una semilla viva que empuja hacia arriba. Dios quiere que sepas que las pruebas que amenazan con enterrarte serán el medio por el que crecerás.
Pasando la prueba
Las pruebas son también el medio por el que se demuestra que tu fe es auténtica. El sufrimiento produce perseverancia, y la perseverancia produce carácter (Romanos 5:4). Cuando perseveras en el valle del sufrimiento, demuestras que tu fe es auténtica (1 Pedro 1:7).
Siempre recordaré una tarde en la que unos veinte miembros de nuestra congregación se reunieron para compartir sus historias de pérdida. Cada uno de ellos había experimentado la muerte de un hijo o una hija.
Hablamos largo y tendido sobre las preguntas sin respuesta y el dolor no resuelto, pero al final de la velada una cosa me llamó la atención más que ninguna otra. Aquí había veinte personas que habían experimentado un dolor impensable. Su sufrimiento seguía siendo un misterio y, sin embargo, seguían amando a Cristo.
La mayor evidencia de la verdadera obra de Dios en el corazón humano es que, cuando Dios permite que una persona sufra, ésta le sigue amando. El pueblo de Dios lo ama por lo que es, no simplemente por lo que da.
Tu respuesta a Dios en tiempos de dificultad será una de las cosas más reveladoras sobre ti. El verdadero carácter de la fe auténtica se demuestra en el valle del sufrimiento.
El carácter produce esperanza
Tu viaje por este valle también te llevará a la esperanza (Romanos 5:4). En algún lugar profundo de cada corazón se encuentra la vida que soñamos. El sufrimiento nos recuerda que ese sueño nunca podrá cumplirse en este mundo caído. Nuestra cultura está perdida en la búsqueda del paraíso actual. El sufrimiento nos aparta de esa búsqueda y dirige nuestra atención hacia el día en que ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, y en el que Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos (Apocalipsis 21:4).
La vista desde el tercer valle
Imagina que estás armando un rompecabezas. Antes de empezar te dan tres datos: en primer lugar, el fabricante garantiza que todas las piezas proporcionadas en la caja pertenecen a la misma imagen. Segundo, el fabricante no ha proporcionado todas las piezas. Y tercero, las piezas que faltan se proporcionarán cuando se haya completado todo lo que se puede hacer con las piezas existentes.
Abres la caja y empiezas a unir las piezas. A medida que avanzas, te das cuenta que algunas piezas te exasperan; no conectan con el trabajo que has hecho, y no encajan entre sí.
Tal vez hayas llegado a ese punto en tu vida. Hay una pieza que no parece encajar, no puedes ver cómo podría tener un lugar útil en tu vida. La odias y quieres deshacerte de ella, pero sin esta pieza, de forma extraña, el cuadro no puede completarse.
Un día, Dios te dará las otras piezas. Entonces verás dónde encaja en el cuadro aquello que te ha causado tanto dolor y cuando llegue ese momento, tendrás más alegría por esa pieza que por todas las demás.