LA REACCIÓN a Jesús fue decididamente mixta. Sus milagros y Sus enseñanzas alegraron a mucha gente, pero Sus afirmaciones despertaron un profundo resentimiento y oposición en otros.
El dramático anuncio de Jesús como el Mesías, convirtió un tranquilo servicio de adoración en la sinagoga de Nazaret en un motín, ya que la congregación lo expulsó de Su propia ciudad natal (Lucas 4:28-32). Para ellos, era el hijo de José. Consideraron su afirmación como una blasfemia, y desde ese día ya no fue bienvenido en su ciudad.
¡Por favor, vete!
Algo similar ocurrió cuando Jesús liberó al hombre que había sido poseído por espíritus malignos en los gadarenos. En lugar de recibir a Jesús en Su pueblo y buscar Su ayuda para otros problemas, la gente del lugar le suplicó a Jesús que se fuera de la zona. Así que se subió a una barca y se fue.
Cuando Jesús curó al hombre que había sido ciego de nacimiento, los vecinos del hombre lo llevaron a los fariseos. En lugar de alabar a Dios por el milagro, lo expulsaron de la sinagoga, y esto se convirtió en su procedimiento habitual para cualquiera que reconociera que Jesús era el Cristo (Juan 9:22).
Las raíces de la oposición
La oposición a Jesús se centró en Sus afirmaciones únicas y extraordinarias. Sólo Dios da la vida, sólo Dios resucita a los muertos y sólo Dios pronuncia el juicio final. Y Jesús afirmaba que estos derechos le pertenecían. “Todo lo que hace el Padre”, dijo, “eso también hace el Hijo. . . . Porque así como el Padre levanta a los muertos y les da vida, asimismo el Hijo también da vida a los que Él quiere. Porque ni aun el Padre juzga a nadie, sino que todo juicio se lo ha confiado al Hijo, para que todos honren al Hijo así como honran al Padre” (Juan 5:19-23).
Jesús afirmaba que toda persona que haya vivido alguna vez es responsable en última instancia ante Él. No había ninguna ambigüedad en Sus palabras. Jesús “llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (5:18). Estas afirmaciones provocan una profunda ofensa en todas las culturas. No debe sorprendernos que “por eso [los judíos] aún más procuraban matar a Jesús” (5:18).
Los fariseos pensaban que, al oponerse a Jesús, estaban defendiendo el Antiguo Testamento, pero Jesús afirmó que no habían entendido el sentido del Antiguo Testamento porque todo hablaba de Él: “Ustedes examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la vida eterna,” dijo, “y son ellas las que dan testimonio de mí, pero ustedes no quieren venir a mí para que tengan esa vida. . . . si creyeran a Moisés, me creerían a Mí, porque de Mí escribió él. Pero si no creen sus escritos, ¿cómo creerán Mis palabras?” (5:39-40, 46-47).
Usando el poder del diablo
La profundidad del antagonismo hacia Jesús se puso de manifiesto cuando los fariseos le acusaron de hacer milagros por el poder del diablo. Jesús acababa de liberar a un hombre que había sido poseído por un demonio. Los fariseos no podían negar el milagro que todos acababan de ver. Necesitaban una explicación, así que dijeron a la gente: “Este no expulsa los demonios sino por Belcebú, el príncipe de los demonios” (Mateo 12:24).
Era una acusación extraordinaria. Las fortalezas de Satanás estaban cayendo al liberar a personas que obviamente estaban poseídas por demonios. Si Jesús estaba haciendo esto por el poder de Satanás, ¡entonces Satanás estaría destruyendo su propio reino (12:26)!
Jesús devolvió el argumento contra los fariseos al preguntarles sobre el poder con el que su gente expulsaba a los demonios. La pregunta era vergonzosa para los fariseos porque no podían ayudar a la gente que estaba oprimida por poderes oscuros.
Jesús expulsaba a los demonios por el poder del Espíritu de Dios, y esto, afirmaba, era otra prueba de que el reino de Dios, su gobierno libertador, había llegado (12:28).
La gente estaba profundamente dividida sobre las afirmaciones y los milagros de Jesús. Pero no se podía evitar una decisión. Jesús ofreció una opción clara: “El que no está a favor mío, está contra Mí” (12:30).
Rocas en el templo
En otra ocasión, Jesús estaba enseñando en el templo de Jerusalén. “Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida” (Juan 8:12). Mientras hablaba, mucha gente puso su fe en Él, y continuó enseñándoles. “Si ustedes permanecen en Mi palabra, verdaderamente son Mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (8:31-32).
La sugerencia de que necesitaban a Jesús para ser libres ofendió a estos nuevos creyentes. Dijeron: “Somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie” (8:33).
Siguió una larga conversación sobre las promesas de Dios a Abraham y sus descendientes. Entonces Jesús dijo: “Abraham, el padre de ustedes, se regocijó esperando ver Mi día; y lo vio y se alegró” (8:56).
La gente se asombró de esta afirmación. “¡Aún no tienes cincuenta años… ¿y has visto a Abraham?” (8:57).
“Jesús les dijo: «En verdad les digo, que antes que Abraham naciera, Yo soy»” (8:58).
Con estas palabras, Jesús Se identificó plenamente con el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, que se había aparecido a Moisés y le había revelado Su propio nombre como “YO SOY” (Éxodo 3:14). Cuando la gente escuchó estas palabras de Jesús, tomaron piedras para apedrearlo. Pero Jesús se escabulló del lugar (Juan 8:59).
La vista desde el segundo valle
El profundo antagonismo y el odio mostrado hacia Jesús fue una gran tragedia. Imagínate el bien que se podría haber hecho en Nazaret, en la tierra de los gadarenos o en la gran ciudad de Jerusalén si Jesús hubiera sido acogido e invitado a quedarse.
El apóstol Juan resumió el modelo de oposición a Jesús con estas palabras: “Vino a lo suyo, pero los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). Esta respuesta no sorprendió a Jesús. “Este es el veredicto”, dijo, “la luz vino al mundo, pero la gente amó las tinieblas en lugar de la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:19).
Pero algunos recibieron a Jesús. Le siguieron y vieron Su gloria. Su historia nos lleva a la siguiente montaña.