LOS EVANGELIOS no ocultan las dudas de los primeros creyentes. Cuando las mujeres encontraron la tumba vacía de Jesús, estaban completamente perdidas para una explicación. Ciertamente, no pensaban que Jesús hubiera resucitado de entre los muertos. Ni siquiera se les ocurrió la idea (Lucas 24:4-8).
Estas mujeres habían creído en Jesús. Le seguían y compartían un profundo amor por Él, pero habían quedado traumatizadas por la horrible realidad de Su insoportable muerte, de la que habían sido testigos apenas dos días antes. Su visita al sepulcro estaba motivada por el amor, pero carecía absolutamente de fe. Sus esperanzas y sueños se habían roto.
Los discípulos que no creyeron
El trauma de un gran sufrimiento y pérdida ha llevado a algunas personas a decir con tristeza que ya no pueden creer. Esa fue precisamente la posición de estas mujeres en la primera mañana de Pascua.
La tumba vacía las dejó perplejas hasta que Dios les dio la explicación. Dos ángeles se les aparecieron y les anunciaron que Jesús había resucitado (Lucas 24:6-7). Entonces las mujeres recordaron la promesa de Jesús y creyeron (24:8). La fe cristiana no se basa en sentimientos, impulsos o percepciones personales. Se basa enteramente en captar y creer lo que Dios nos dice que ha hecho. Si Dios no les hubiera dicho por qué la tumba estaba vacía, nunca habrían sabido qué hacer con ella.
Las mujeres volvieron del sepulcro y contaron a los discípulos lo que había sucedido. Pero los discípulos no les creyeron (24:11). Pedro corrió al sepulcro y vio las tiras de lino, pero aún así se fue “preguntándose qué había pasado” (24:12). Sólo cuando Jesús se apareció a los discípulos, sus corazones abrazaron con gusto lo que sus mentes ya no podían negar.
Evidencia irrefutable
Tomás no estaba con los otros discípulos cuando Jesús se les apareció, e insistió en que no creería a menos que tuviera una evidencia física irrefutable: “Si no veo en Sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en Su costado, no creeré” (Juan 20:25).
Tomás amaba y respetaba a los demás discípulos, pero se negó a basar su fe en la experiencia de sus amigos. Estaba decidido a que su fe se basara en pruebas sólidas.
Una semana después, los discípulos estaban reunidos de nuevo en la casa, y Tomás estaba con ellos. Jesús se acercó y le habló directamente a Tomás. “Acerca aquí tu dedo, y mira Mis manos”, le dijo. “Extiende aquí tu mano y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27).
Ante la evidencia que había pedido, Tomás creyó y confesó su fe en Jesús, su Señor y Dios.
Viendo y creyendo
La fe de los apóstoles fue una respuesta creyente a las pruebas que se les presentaron. Ellos vieron. Y porque vieron, creyeron. Este tema está presente en todos los relatos evangélicos de la resurrección. Cuando Juan entró en la tumba vacía, vio y creyó (Juan 20:8). María Magdalena dijo a los discípulos: “¡He visto al Señor!” (20:18). Jesús mostró Sus manos y Sus pies, y “los discípulos se alegraron al ver al Señor” (20:20).
A los apóstoles se les dio el papel único de ser testigos directos de la resurrección. Un testigo es alguien que ha visto un acontecimiento directamente, no alguien que puede informar de segunda mano. Esto era tan importante, que cuando los apóstoles eligieron a un sustituto de Judas, tenía que ser alguien que fuera testigo directo de la resurrección (Hechos 1:22).
Así que Tomás tenía razón al insistir en que tenía que ver a Jesús por sí mismo. Oír el recuento de los demás no era suficiente para cumplir el papel de apóstol.
¿Cómo podemos creer?
El énfasis bíblico en la visión plantea una pregunta obvia: ¿Cómo podemos creer los que no hemos visto a Jesús? La respuesta es que los cuatro Evangelios nos presentan la evidencia de los testigos oculares de la vida, muerte y resurrección de Jesús. El único llamado de los apóstoles fue registrar lo que habían visto y oído sobre Jesús para que la gente de cada generación y cultura tuviera la oportunidad de creer.
Dios no nos ha llamado a una fe ciega. Nos invita a investigar las afirmaciones de Jesús, y nos presenta la evidencia de Sus palabras y obras en los Evangelios para que podamos hacerlo.
Una relación de integridad
La fe cristiana es una respuesta creyente a la evidencia que Dios ha puesto ante nosotros. No se basa en las afirmaciones dogmáticas de la iglesia, ni en las experiencias místicas de un individuo, sino en la evidencia de la Palabra de Dios, las Escrituras.
Dios te ha creado con una mente, un corazón y una voluntad, y no va a pasar por alto ninguno de ellos. Él te invita a una relación con Él que tiene integridad porque tu mente está persuadida, tu corazón está cautivado y tu voluntad está comprometida.
Esto no significa que todas tus preguntas serán respondidas. Pero sí significa que Dios ha dado suficiente evidencia para que “creas que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que creyendo tengas vida en Su Nombre” (Juan 20:31).
La vista desde el quinto valle
La fe pertenece al valle más que a la cima de la montaña, porque hay muchas cosas que no podemos ver. Caminamos por fe, no por vista. Y eso significa que vivimos con muchas preguntas sin respuesta.
La fe cristiana afirma lo que Dios ha revelado. La humildad cristiana admite que hay muchas cosas que no sabemos. Pero la fe en Jesús se apoya en un fundamento seguro de pruebas sólidas, y los que confían en Él no serán decepcionados.
Después de la resurrección, Jesús se apareció a los discípulos y a otros creyentes durante un período de cuarenta días. En la última de esas ocasiones, vislumbraron lo que Jesús había prometido para el futuro. Esa historia nos lleva a la última gran cima de la montaña en esta segunda etapa de nuestro viaje.