SI alguna vez hubo un momento en el que se podía esperar que el juicio de Dios cayera del cielo, sería el momento en el que Jesús fue clavado en la cruz. Dios se hizo carne y vino entre nosotros en Jesucristo. Y nosotros lo crucificamos. El mundo estaba en camino hacia una colisión con Dios.
Lo que sucedió después fue realmente extraordinario. Mientras Jesús era clavado en la cruz, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). No hubo ningún rayo del cielo, ningún relámpago del juicio de Dios. Los soldados que torturaron a Jesús se fueron a casa con sus familias. Pilato se levantó a la mañana siguiente. Caifás continuó como sumo sacerdote.
Jesús oró y el juicio de Dios fue retenido. El perdón y la misericordia fueron liberados. La luz de la esperanza brillaba en medio del odio y la violencia más atroces.
Abuso y burlas
Una multitud se reunió alrededor de la cruz de Jesús para verle sufrir. Se burlaron de Jesús por su afirmación de ser el Hijo de Dios. “Si tu eres el Hijo de Dios, baja de la cruz”, decían. “Que lo libre ahora si Él lo quiere” (Mateo 27:40, 43).
Los soldados se unieron para burlarse de Jesús. Si no podía hacer nada para salvarse a sí mismo del horrible sufrimiento que estaba experimentando, ¿qué podría hacer para salvar a otras personas?
Dos ladrones que estaban crucificados junto a Jesús se unieron para insultarlo (Mateo 27:38; Marcos 15:32). Pero entonces algo cambió.
Uno de los ladrones dejó de gritar. Un profundo silencio pareció invadir su alma al darse cuenta de su verdadera posición. Se acercaba a los últimos momentos de su vida. La tierra se alejaba y la eternidad se vislumbraba en el horizonte. Pronto estaría en la presencia de Dios, y se dio cuenta de que no estaba preparado.
“¿Ni siquiera temes tú a Dios…?”, le preguntó a su amigo, que seguía gritando insultos hacia Jesús. “Nosotros a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho” (Lucas 23:40-41).
El ladrón aceptó la responsabilidad de sus propios actos. Reconoció que el largo brazo de la ley le había alcanzado y que estaba recibiendo justicia. Pero también vio que Jesús estaba sufriendo una gran injusticia. Y sabía lo suficiente de Dios como para creer que, más allá de la muerte, Jesús sería reivindicado.
Una petición valiente
Impulsado por estos pensamientos, el ladrón se volvió hacia Jesús. Sobre la cabeza de Jesús había una inscripción que decía “EL REY DE LOS JUDÍOS” (Mateo 27:37). Era obvio que si Jesús iba a gobernar un reino, no sería en este mundo. Le faltaban pocas horas para morir. Pero más allá de la muerte está la eternidad, y esa impresionante realidad llenaba ahora la mente del ladrón.
“Jesús”, dijo, “acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23:42). Reconoció que Jesús tenía la autoridad de un rey, y creyó que Jesús podría ayudarle.
El ladrón no tenía idea de cuándo ocurriría esto. Pero quizás en la eternidad Jesús recordaría las circunstancias inusuales de su encuentro. Y si Jesús se acordaba de él, tal vez podría haber alguna esperanza.
Era una petición valiente. La multitud se había burlado de la afirmación de Jesús de salvar a los demás. Pero el ladrón sintió que Jesús era la única persona que podía ayudarle. Así que se deslindó de la multitud y puso su esperanza en Jesús.
Una promesa inmediata
La respuesta de Cristo fue inmediata. Dijo: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
El paraíso. Esto era mucho más de lo que el ladrón podría haber soñado. El paraíso era el lugar donde se conocería la bendición y la presencia de Dios. Jesús estaba a punto de entrar en esa bendición. Se llevaría al ladrón creyente con Él. Y esto ocurriría “hoy”.
Esto debió ser un shock para el ladrón, cuya mejor esperanza era una ayuda en un futuro lejano. Pero Jesús dejó claro que la muerte no llevaría a este hombre a un largo período de inconsciencia o a un proceso de preparación. La muerte lo llevaría a la presencia inmediata de Dios, y Jesús prometió que Él personalmente llevaría a este hombre al paraíso. De repente, este hombre, para quien el mundo no tenía nada, descubrió que, gracias a Jesús, estaba a punto de entrar en la mayor alegría que un ser humano puede conocer.
Nunca es demasiado tarde
La historia del ladrón que se salvó en las últimas horas de su vida nos ayuda a identificar los pasos claros por los que cualquier persona puede venir a Jesús:
- El ladrón reconoció su propia condición pecaminosa. Se dio cuenta de que había violado la Ley de Dios. No puso excusas ni evasivas.
- Pidió a Jesús que le ayudara.
- Y Jesús respondió con una simple promesa que el ladrón creyó. Fue salvado por la fe en un Salvador crucificado.
Independientemente de lo que hayas hecho o dejado de hacer, puedes venir a Jesús de la misma manera. Reconoce tu condición pecaminosa. Cree en el Señor Jesucristo. Pídele que te salve. Nunca es demasiado tarde para venir a Él.
La vista desde la cuarta montaña
Hemos descrito la crucifixión como una montaña en lugar de un valle porque la gloria del Señor Jesucristo se reveló en la cruz. El perdón, la gracia y la misericordia se derramaron cuando Jesús oró por Sus torturadores y abrió el paraíso para un criminal arrepentido que no tenía otra esperanza.
Hemos trazado la historia del sufrimiento de Jesús a manos de los hombres y Su ministerio de compasión incluso en presencia de un dolor extremo. Pero hay otra dimensión de la historia. La Biblia deja claro que en Su muerte, Jesús cargó con la culpa y el castigo de nuestros pecados. Para entender lo que esto significó para Jesús, debemos explorar ahora el valle más profundo y oscuro de toda la historia bíblica.