PABLO sabía lo que era luchar contra el pecado tanto antes como después de su transformador encuentro con Jesús. “Queriendo yo hacer el bien,” dijo “hallo la ley de que el mal está presente en mí” (Romanos 7:21).
Al recordar su experiencia anterior, recordó cómo sus buenos deseos se veían constantemente frustrados por otro impulso que no acababa de comprender. Se sentía como un prisionero, incapaz de llevar la vida que quería vivir, y esto le hacía sentirse miserable. “¡Miserable de mi!”, decía. “¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?” (7:24).
Esforzarse más no era la respuesta. Pablo sabía que la tentación era más poderosa que él. Necesitaba ayuda, y cuando llegó a la fe en Jesucristo, la encontró. Por eso respondió a su pregunta: “¿Quién me rescatará?” con la respuesta triunfante: “¡Gracias a Dios, que me libra por medio de Jesucristo nuestro Señor!” (7:25).
Una batalla que no ha terminado
Convertirse en cristiano no significa que tu batalla con el pecado y la tentación hayan terminado.
Cuando vienes a Cristo, te conviertes en una persona nueva. Tu nueva vida se vive por la fe en el Hijo de Dios, pero también es una vida en el cuerpo (Gálatas 2:20). Por eso es una lucha tan grande. Mientras estés en el cuerpo, experimentarás la atracción de la tentación. No hay manera de evitar esta batalla.
Las raíces del pecado son tan profundas en nosotros que incluso cuando venimos a Cristo no se quitan. La tentación todavía está a nuestro alrededor, y los impulsos de pecar permanecen dentro de nosotros. Pablo se refiere a ellos como “las obras de la carne” (Romanos 8:13, Gálatas 5:19); son “todo lo que pertenece a tu naturaleza terrenal” o a “tu viejo yo” (Colosenses 3:5; Efesios 4:22).
La carne es como un manantial burbujeante que constantemente arroja nuevas formas de desagradar a Dios. Es como un fuego furioso que sigue lanzando chispas, y cada etapa de la vida tiene sus propias trampas especiales. Es fácil imaginar que el conflicto termina cuando una tentación se aleja, pero nunca es así. La vieja naturaleza continuará, sugiriendo nuevos pensamientos, palabras y acciones que son desagradables a Dios durante todo el curso de tu vida.
Debes saber que tu lucha contra el pecado no es un signo de fracaso. Es la experiencia normal de un auténtico cristiano. El cristiano es como un pez que nada contra la corriente del río. La lucha es una señal segura de que va en la dirección correcta. La única alternativa es seguir la corriente.
Pasar a la ofensiva
Dios llama a cada cristiano a tomar la iniciativa de lanzar un ataque activo contra el pecado en nuestras vidas. Debemos pasar a la ofensiva contra cualquier cosa en nuestros pensamientos, palabras o acciones que desagrade a Dios:
“Consideren los miembros de su cuerpo terrenal como muertos.” (Colosenses 3:5)
“Ustedes despójense del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos.” (Efesios 4:22)
“Si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán.” (Romanos 8:13)
El lenguaje violento y agresivo de Pablo refleja las enseñanzas de Jesús sobre cómo tratar el pecado en nuestras vidas. “Si tu ojo te hace pecar”, dijo, “arráncalo y tíralo” (Mateo 18:9). Obviamente, Jesús no estaba ordenando la automutilación, pero sí dejó claro que debemos tomar medidas radicales contra el pecado en nuestras vidas.
Nuestra primera reacción a estos mandatos puede ser mirar las tentaciones que nos han abrumado en el pasado y quejarnos porque no somos capaces de hacer esto. Pero las Escrituras siempre hablan del creyente como alguien que tiene el poder de actuar. Dios te ha puesto en una posición para luchar. El Espíritu Santo es dado a cada persona que pertenece a Jesús, y por Su poder eres capaz no sólo de participar en esta lucha, sino también de ganarla: “El pecado no tendrá dominio sobre ustedes” (Romanos 6:14).
Identificando los enemigos
Las Escrituras dan ejemplos específicos de los tipos de pecados que debemos combatir en nuestros pensamientos, palabras y acciones.
Los pecados en nuestros pensamientos incluyen la impureza, la lujuria, la idolatría, los malos deseos, la codicia, la ira, la amargura, los celos y la ambición egoísta. Los pecados en nuestras palabras incluyen la calumnia, la malicia y malas palabras. Los pecados en nuestras acciones incluyen inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismo, envidias, borracheras y orgías (Colosenses 3:5, 8; Efesios 4:29; Gálatas 5:19-21).
No hay lugar para ninguna de estas cosas en la vida de un cristiano. Dios nos llama a deshacernos de ellas. No debemos darles cuartel.
Por favor, no enturbies las aguas diciendo que no puedes evitarlo. Si no puedes evitarlo, entonces ven al Señor Jesucristo resucitado con fe y Él te librará. Si has venido a Cristo, entonces Su poder está actuando en ti.
No digas que no puedes vencer la tentación. Sin Cristo serías un prisionero del pecado; con Cristo estás capacitado y equipado para la batalla.
La vista desde el segundo valle
La lucha contra el pecado es tu responsabilidad. Dios no peleará esta batalla por ti, sino que lo hará contigo.
Dios te ha llamado a participar en la lucha, y te ha equipado para ello. Imagínate a un soldado completamente armado caminando de patrulla. De repente, un enemigo viene corriendo hacia él, el soldado utiliza el equipo que se le ha dado y entra en acción para terminar con el enemigo antes de que éste pueda destruirlo.
Las tentaciones seguirán viniendo hacia ti, y Dios te llama a terminar con ellas antes de que te destruyan. Él te ha equipado para esta batalla. Por el poder y la presencia del Espíritu Santo, Él te ha puesto en una posición para luchar y ganar.