Nunca olvidaré mi primera visión de Rishikesh, en la India. Las calles estaban llenas de ídolos con imágenes de leones, monos y serpientes. A este lugar habían llegado los Beatles en los años sesenta, en busca de un significado espiritual. El lugar parecía desprovisto de la presencia de Dios, y mientras caminaba por la ciudad me preguntaba: ¿Qué haría falta para que la voluntad de Dios se cumpliera aquí?
La misma pregunta me viene a la mente en lugares menos exóticos: el centro de la ciudad, el campus universitario o el suburbio acomodado. En la época de Isaías no era diferente. ¿Qué hace falta para que se cumpla la voluntad de Dios?
El que hace la voluntad de Dios
La respuesta de Dios fue: “He aquí mi siervo…”. (Isaías 42:1). Un siervo es una persona que hace la voluntad de su amo. Si eres un siervo, la descripción de tu trabajo es muy simple: lo que tu amo te diga que hagas, lo haces.
Así que cuando Dios presenta a Su siervo, está diciendo: “Déjame hablarte de la persona que hará mi voluntad en el mundo”. Las palabras de Dios sobre el siervo nos dan un patrón para el tipo de ministerio que hace Su voluntad y el tipo de persona que Él usa para traer Su bendición al mundo.
El siervo de Dios tiene notables privilegios: “He aquí mi siervo, a quien yo sostengo, mi escogido, en quien mi alma se complace. He puesto mi Espíritu sobre él; él traerá justicia a las naciones” (42:1).
El siervo es elegido, amado, ungido y sostenido, y su vocación es llevar la justicia al mundo. La justicia es algo más que tomar decisiones correctas en un tribunal; la tarea del siervo es poner las cosas en orden y hacerlas como deben ser: no más corrupción, engaño o explotación.
Desde cualquier punto de vista, llevar la justicia a las naciones sería un logro extraordinario. ¿Quién podría lograrlo? ¿Y cómo podría hacerse?
Si te dieran la tarea de llevar la justicia al mundo, ¿por dónde empezarías? ¿Convocarías una conferencia de prensa, iniciarías un programa de educación, o declararías la ley marcial y pondrías al ejército en las calles? El siervo de Dios no haría nada de eso. En cambio, se nos dice: “No clamará ni alzará Su voz, ni hará oír Su voz en la calle” (42:2).
El siervo de Dios no se promocionará a Sí mismo, no será el tipo de persona que trata de dominar a los demás, no gritará. De hecho, lo más destacado de Él será la tranquilidad de Su ministerio. La voluntad de Dios se cumple, no por personas enojadas que promueven sus propias agendas, sino por personas llenas de gracia que buscan el bien de los demás.
El poder de la compasión
La voluntad de Dios no se cumple en este mundo mediante la genialidad de programas espectaculares o el glamour de las celebridades. El estilo del siervo es totalmente diferente: “No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que casi no arde” (42:3).
Cuando una caña se dobla, suele ser pisoteada, y si una vela arde poco, se apaga y se enciende otra. Pero Dios dice que su siervo no hará eso, no romperá una caña magullada y no apagará una mecha débilmente encendida.
Tal vez puedas identificarte con la caña cascada, te han pisoteado y luchas por levantarte bajo un peso aplastante que parece demasiado grande para soportarlo. O tal vez puedas identificarte con la imagen de una vela que arde; hubo un tiempo en el que tu fe ardía con fuerza, pero ahora te estás quedando sin combustible. Tus recursos internos de paciencia, esperanza y amor parecen estar ardiendo, y la luz que hay dentro de ti parpadea.
Las personas rotas, golpeadas y quemadas nunca se sentirán atraídas por el fanfarrón. El siervo que hace la voluntad de Dios tiene un ministerio silencioso que toca con compasión las vidas de las personas heridas y cansadas.
La escala del desafío
Las personas a las que Dios envía a Su siervo no sólo están golpeadas y rotas, sino también ciegas y atadas. Así que el siervo se enfrenta a un reto abrumador: tiene que “abrir los ojos que están ciegos” y “sacar a los presos del calabozo” (42:7).
Si la gente tuviera la capacidad de visión espiritual, sería relativamente fácil inundar el mundo con las buenas noticias del evangelio. La gente vería inmediatamente su necesidad y vendría a Cristo, pero el problema al que se enfrenta el siervo de Dios es que, incluso cuando describe la gloria de Dios, Sus oyentes están ciegos a la verdad y carecen de la capacidad de responder a ella.
Si el pecado fuera simplemente una elección, sería relativamente fácil educar a la gente para que tome mejores decisiones, pero el pecado es un poder que nos ata. Aparte de esta obra del Espíritu Santo, todos somos como ciegos en una galería de arte o prisioneros en una isla tropical.
¿Quién encaja en el perfil?
Cuando Dios habló por primera vez del siervo, a Isaías le debió parecer que estaba hablando de Israel: “Pero tú, Israel, siervo Mío, Jacob, a quien he escogido, descendiente de Abraham, Mi amigo. Tú, a quien tomé de los confines de la tierra, y desde sus lugares más remotos te llamé, y te dije: “Mi siervo eres tú; yo te he escogido y no te he rechazado” (41:8-9).
El pueblo de Dios, Israel, estaba llamado a cumplir el papel de Su siervo entre las naciones, se les había dado la luz de la verdad de Dios, la ley y los sacrificios. El pueblo de Dios debía ser el medio por el cual Su bendición llegaría al mundo.
Pero el pueblo de Dios no pudo estar a la altura de su llamado. El siervo fue llamado a traer la vista a los ciegos y la liberación a los prisioneros, pero Dios dijo: “¿Quién es ciego sino mi siervo?… Este es un pueblo… atrapado en cuevas o escondidos en prisiones” (42:19-22). Las personas que debían traer la vista y la libertad a otros resultaron ser ciegas y atadas ellas mismas.
¿Podría ser Isaías el siervo?
Dado que Israel no estaba en condiciones de cumplir el papel de siervo de Dios, ¿podría ser Isaías el medio para hacer la voluntad de Dios? Hablando directamente a Isaías, Dios dijo: “Tú eres mi siervo, Israel, en quien yo mostraré mi gloria” (49:3). Dios llamó a Israel para que llevara la luz a las naciones, pero Israel fracasó, así que Dios le estaba diciendo a Isaías: “Tú eres Israel. Tú eres mi siervo”. Pero, ¿cómo podría Isaías ser el medio por el que la bendición de Dios llegaría al mundo?
Isaías sabía que ese trabajo estaba más allá de él. Cuando dijo: “He trabajado en vano” (49:4), estaba diciendo: “¡No hay manera de que mi pequeño ministerio pueda cumplir el papel de siervo!”
Pero Dios fue aún más lejos: “Poca cosa es que Tú seas Mi siervo, para levantar las tribus de Jacob… Te haré luz de las naciones, para que Mi salvación alcance hasta los confines de la tierra” (49:6). Esto era una misión imposible, ningún profeta lo ha conseguido ni se ha acercado a ello. Entonces, ¿quién podría cumplir el llamado del siervo y hacer la voluntad de Dios?
¿Quién lo hubiera pensado?
Cuando Dios reveló a la persona que traería el amor, la justicia, la luz y la salvación al mundo, Isaías quedó tan asombrado que temió que nadie creyera lo que había visto. “¿Quién ha creído nuestro mensaje? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del SEÑOR?” (53:1). “Si les cuento lo que he visto”, decía Isaías, “no lo creerán”.
Lo que Isaías no podía superar era que el siervo que haría la voluntad de Dios fuera despreciado y rechazado. La violencia se derramó sobre Él, y el siervo estaba tan desfigurado que la gente escondía la cabeza entre las manos, apenas podían soportar mirarlo.
Isaías debió de estremecerse al ver lo que le ocurriría al siervo del que depende la esperanza de la bendición de Dios: “Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados” (53:5).
A continuación, Dios le dijo a Isaías algo que debió de hacerle suspirar. “Pero quiso el SEÑOR quebrantarlo” (53:10). ¿Cómo podía ser la voluntad de Dios el sufrimiento infligido al humilde y compasivo siervo del Señor? ¿Significaba esto que el siervo de Dios fracasaría? Isaías debió de preguntarse. Pero Dios dijo: “La voluntad del SEÑOR en Su mano prosperará” (53:10). El siervo de Dios traería la bendición a las naciones y ésta llegaría a través de Su sufrimiento y Su muerte.
En el Nuevo Testamento se identifica claramente a Jesús como el Siervo de Dios amable y compasivo. Su ministerio cumplió lo dicho por el profeta Isaías: “ESTE ES MI SIERVO, A QUIEN HE ESCOGIDO; MI AMADO EN QUIEN SE AGRADA MI ALMA; SOBRE ÉL PONDRÉ MI ESPÍRITU, Y A LAS NACIONES PROCLAMARÁ JUSTICIA. »NO CONTENDERÁ, NI GRITARÁ, NI HABRÁ QUIEN EN LAS CALLES OIGA SU VOZ. »NO QUEBRARÁ LA CAÑA CASCADA, NI APAGARÁ LA MECHA QUE HUMEA, HASTA QUE LLEVE A LA VICTORIA LA JUSTICIA. »Y EN SU NOMBRE LAS NACIONES PONDRÁN SU ESPERANZA” (Mateo 12:18-21).
Jesús abre nuestros ojos ciegos para conocer a Dios, y nos libera del poder del pecado que nos ata. Puedes venir a Él, sabiendo que es compasivo con los golpeados, los quebrados y los vacilantes.
Esto es lo que descubrimos hoy:
Jesucristo es el Siervo que hace la voluntad de Dios. Dijo a Sus discípulos: “Como el Padre me ha enviado, así también yo les envío” (Juan 20:21). Los que conocen a Jesús deben salir a un mundo roto y mostrar la compasión de Cristo. Debemos proclamar la verdad de lo que Dios ha hecho en Jesús, para que la gente que no lo conoce pueda llegar a disfrutar de la libertad que Él da.
Cristo envía a Sus siervos a todas las naciones de la tierra. A medida que ministramos en Su nombre, la bendición de Dios llegará a muchas personas, y Cristo verá el fruto del trabajo de Su alma y estará satisfecho.